domingo, 1 de julio de 2012

E. me lleva a escribir en los cuadernos, pues los tengo en ristre y preparados para ser abiertos cuando ella descansa o concede horas de desatención. Los abro con rapidez y comienzo a urdir oraciones y enunciados, a veces, con demasiada vehemencia y desconcierto. No importa, gratifica la sustancia que ella ha traído a la vida y a la literatura. E. trae una verdad, una inocencia y un misterio. Es la vida pura, naciente sucesión que debe existir, con la misma pujanza, en la literatura. Hay quien me pregunta o comenta que, últimamente, he abandonado una forma de escritura y de lectura. Antes al contrario, E. ha venido a confirmar las intuiciones: la literatura es esencia que jamás debe abandonarse, pues el poeta que desprecia el ser, como recordaba Montaigne, es doliente de una enfermedad salvaje. 


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UNO de los libros más primorosos y emocionantes de Stefan Zweig es Montaigne. A pesar de ser un libro inconcluso, pues Zweig se quitó la vida antes de terminarlo, en pocas ocasiones he percibido cómo un autor, en los últimos días de su vida, en esos días de plena consciencia, se identifica con el ser que propone Montaigne en sus Ensayos. Zweig estaba solo, abandonado de sí mismo y del mundo. 
Esta idea que hoy escribo no es nueva, pues Escribir la lectura comienza con una cita y una fusión con la obra de Montaigne con una intención literaria muy clara y, al mismo tiempo, muy pretenciosa. Creo que en este libro Zweig llegó a encontrar y a advertir las reminiscencias de la aurora, ya que, como se recuerda en el pequeño prólogo de la edición, en los últimos días de vida del escritor de Momentos estelares de la humanidad, solía decir a sus amigos: "Saludo a todos mis amigos. ¡Ojalá alcancen aún a ver la aurora tras la larga noche!". Las páginas se empeñan en destacar la virtud de Montaigne por desentrañar su propia y única y solitaria libertad interior, sin más aspiraciones que la del propio descubrimiento del misterio de la vida. Y esa aurora, dejando a un lado el devenir de Europa, es una consigna que siempre que la leo detona un  

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EL poeta que se rodee de allegados y saqueadores perderá la luz y la consciencia, pues no hay en ellos más que la vanidad extremada y el afán de constar, ellos, con sus apellidos, con sus miserias, donde solo perviven los espíritus que armonizan con lo perpetuo. Los poetas, siempre que se empeñen en abandonar su soledad nutricia, deberán acompañarse de oráculos, pues ellos solo indican, sugieren, no imponen ni tiranizan, pues saben, como en Delfos: “Te advierto, quien quiera que fueres, ¡oh!, tú que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Oh!, hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses”. 

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LA poesía es para para la memoria usurpación del tiempo; para el tiempo, consciencia plena y para la palabra, razón de la consciencia. 

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LA reflexión sobre el mundo es la reflexión sobre el lenguaje del mundo.