miércoles, 11 de julio de 2012

ESTA tarde, en Estella del Marqués, después de hablar durante algo más de una hora sobre libros y, en definitiva, sobre literatura, una señorita, sentada entre el público, me preguntó si no iba a leer algo mío, pues no paraba de hablar de Cervantes, de san Juan de la Cruz, de Rilke, de J.R.J. o de Platón. Añadió que todos los que habían ido anteriormente lo que habían hecho fue leer sus poemas o fragmentos de sus obras. Ante las palabras de la joven, que las decía asombrada, sorprendida por los hechos, no pude más que espetar: "Señorita, acaba usted de darme una alegría. Toda la tarde he sido yo, pues no he hablado de mí en un punto".

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ESTABA en el centro J. rodeado de rabilargos, a la sombra de un acebuche, tumbado, con el sombrero tapándole el rostro y las manos apoyadas en la cabeza. Respiraba y su cuerpo era una sombra; estaba recitando los versos de la noche.