miércoles, 3 de julio de 2013

ORIGEN

LAS tardes de verano eran de música. Recóndita armonía que era una plenitud a la que no podía renunciar. Recuerdo los quintetos para clarinete de Brahms y las sinfonías de Beethoven. Los veranos eran un cauce de interminables dimensiones, cargados de símbolos que, con el tiempo, siguen perpetuándose y zumbando en mi consciencia.

Hace unos minutos volvía a sonar el quinteto de Brahms. E. estaba jugando con mis orejas. Tiraba de ellas, las pellizcaba mientras los sones iban trazando en la memoria recodos y recónditas presencias de armonía. Ha sido la vida y la paz, el estado al que el hombre llega y quizás casi no sobrepase nunca. Nuestra condición es la primera y última consciencia. No somos más porque no podemos serlo, ni siquiera tenemos la sustancia de los dioses. Somos edad sin tiempo, cuerpo. Tránsito y fuga. 

El hombre, como señalaba Leopardi, debe albergar en su pensamiento la compasión por sí mismo y la complacencia. No señalo con estas palabras un falso consuelo, sino una compasión con la especie. Esa es una de las revelaciones vitales: no somos nada más que nadie. 

Leopardi asumía que el género humano no creerá nunca no saber nada, no ser nada, no poder llegar a alcanzar nada. En su italiano estiloso del Diálogo entre Tristán y un amigo: "Il genere umano non crederà mai né di non saper nulla, né di non essere nulla, né di non aver nulla a sperare". 

Se requiere de una fortaleza de ánimo, de un espíritu renovado que ha dejado de ser para poder seguir siendo. Esto sucede en pocos instantes, en un haz de deslumbramiento que puede conducir a una negación absoluta de todo, a renegar de todo lo existente al comienzo de esa consciencia. posteriormente, la virtud está en la armonía. Quizás la existencia de todo suceda en polifonía y los hombres solo podamos entender una mínima secuencia de esas órbitas. Quizás, como decía, las revelaciones ocurren cuando el escritor asoma, minúscula estación, en un ínfimo territorio de ese estadio sucesivo, de polifonía no de la vida humana, sino del cosmos, de la existencia plena.

Es, en este punto, cuando el poeta se encuentra con el problema mayor de la poesía, con el jardín de senderos que se bifurcan. La poesía como religión inexcusable a pesar de todo. la lucha continua o la poesía vivida, únicamente aceptada en sí misma a menos que sufra el poeta la revelación dadora de palabra verdadera. En un camino u otro, el poeta debe aceptar y comprender. No es insuficiencia de la palabra por nombrar la cosa; ni la poca entidad por nombrar la cosa lo que lleva al silencio. Nunca el silencio es negación de la palabra. 

El silencio es el territorio que incluye a la plabra, la precede, la sobrepasa, la abriga, la relega de nuevo a su ausencia. Eso se entiende en el rumor oculto de la soledad, no rodeado de cantares y centinelas de las sombras. Soledad polifónica, silencio nutricio, palabra jamás silabeada. Platón prefería el diálogo en oral en la memoria que la palabra huera.