jueves, 11 de julio de 2013

TRATO de expresar y de comunicarme con el mundo en un lenguaje que se aparte de las trabas y y de los límites sintácticos de mi lengua materna, la española y, en definitiva, de la comunicación verbal sea cual sea su naturaleza. A ello sumo la ausencia de todas las extrañezas de lenguas aprendidas a lo largo de la vida. Incluso, y eso me ha costado ejercerlo en la consciencia, he alejado el lenguaje musical de mi memoria, acaso la forma de creación más pura y universal. He querido, en fin, hacer inexistentes todos los mecanismos y lenguajes con los que alguna vez expresé al mundo, como humano, alguna respuesta al espíritu de este tiempo, a lo contemporáneo. Debe uno alcanzar el espíritu de lo venidero, que es el perenne, y adentrarse en la esfera en que la palabra lo abarca todo para no decir nada. 

Nuestra naturaleza como mortales nos impide ejecutar esta transición que convoca las luces y las sombras en una sola forma. Esto se consigue leyendo los textos que contienen lo que Platón llamaba la semilla mortal, la simiente perpetua de la verdad.  

Es el silencio lo que acontece cuando uno ejerce su consciencia y la fuerza a esta otra dimensión de lo real, de lo real velado. Lo sentido de forma unilateral y tamizado por los sentidos unívocos, ajustados a la utilidad, a su valor práctico, a la justificación inmediata, van adquiriendo la naturaleza del espíritu de la profundidad. 

Sentido y contrasentido, luz y oscuridad, uno demediado en dos o tres o múltiples realidades que parecen una sola cosa, una mismidad. Es una reversión a lo originario, a lo intuido, a la topografía del conocimiento en que los métodos positivistas tan poco pueden aportar. Dice Jung en su Libro rojo:

"La totalidad del alma, es decir, el sí-mismo, representa una conjunción de opuestos. Sin sombra tampoco el sí-mismo es real". 

La evidencia de estos fenómenos externos que captamos o apenas atisbamos son símbolos. Por tanto, no podemos entender todo esto como ensoñaciones, alucinaciones pasajeras, estados eventuales de una mente desabrida y fuera de toda razón. Antes al contrario, el poeta -y aquí lo nombro con mucho cuidado- asiste al comienzo de un camino que le es revelado. Esa revelación necesita la acción y la palabra es la acción, por eso es el principio en los textos sagrados. 

Esta realidad completa al todo, nos completa como seres. En este sentido, escribió Goethe al final de su Fausto:

Todo lo transitorio
no es más que símbolo;
lo imperfecto
aquí halla su acabamiento;
lo inefable,
aquí se torna acto"

Suena Wagner, el comienzo de El anillo de los Nibelungos y tan solo me dedico a respirar profundamente. Contengo el mundo en cada respiración y me entrego al mundo en cada respiración. Al fondo, en los ecos el unus mundus, el mundus archetypus y el deseo, como afirmaba Jung, de que se produzca el esse in anima