viernes, 23 de agosto de 2013

HAY lecturas, en la lengua materna, que son minerales y reconstituyentes. Son textos a los que uno vuelve para tener la certeza de que la poesía, por mucho que uno se aleje de ella, es una corriente alterna, inalterable, permanente. Nos recuerdan estos textos a Heráclito, pues en esa aparente corriente inalterable, el lector nunca está en las mismas aguas y eso sucede porque su propio ser ha dejado de ser. 

Distintas y reverenciales, variadas y fastuosas, herméticas y repletas de claridad, poesía en todo caso. Me refiero a poemas que restablecen ciertas sonoridades que dormitaban entre tanto texto sin talento y que nos vuelven a convocar en una comunión con el texto lírico. 

Pensaba en todo esto cuando terminaba de leer un madrigal de Gutierre de Cetina y continuaba con algunos poemas de Diego Hurtado de Mendoza, Soto de Rojas, Francisco de Rioja o Pedro Espinosa. Composiciones que, en el silencio pleno de la noche, restallaban como verdaderos ejemplos de poesía. 

Estas poesías que señalo están muy alejadas de lo que hoy se entiende por poesía. Pocas cualidades de lo que en ella se concentra ocupa hoy el pensamiento de los poetas actuales. Es más, algunas cuestiones técnicas, como la rima o la disposición estrófica, los temas y tópica utilizados, el tono cuasi melifluo de estos textos, supondrían temas de discusión y de rechazo para la mayoría. Así que, lo que me interesa de ello es reflexionar sobre estos argumentos que rechazan la tradición de plano sin más consideraciones y, además, relegando al que muestra su gusto hacia ellos, como poeta antiguo y arcaico. Pienso que tenemos que replantear la tradición en la actualidad y olvidarnos de un término que, mal que bien, ha dejado un vacío enorme en la poesía contemporánea: la originilidad.  

El asunto de la rima en la poesía y del manejo de la estrofa ha tenido siempre una importancia capital. Recuerdo la impresión que me causó la lectura de los poemas de Borges, entre otros tantos: cuartetos, rimas consonantes, sonetos, en un autor tan moderno. Ahora lo voy entendiendo todo con más claridad. ¿Por qué, me preguntaba, escoge Borges estas formas de expresión? 

Quizás la rima y la exigencia estrófica exigen del poeta condiciones que, por su ausencia, el bardo actual rechaza como si ello fuera rebajar su genio creador o coartar su libertad de composición. Pero, ¿qué sucede en la música o en la pintura o en otras artes paralelas? El compositor, toda vez que ha montado su armadura, escogido la tonalidad que ya suena en su cabeza antes de la anotación, compone sin tener en ello más cortapisas que su propio talento, su propia virtud. Igual sucede con la técnica escogida por el pintor: él conoce de antemano las rémoras al utilizar óleos o acuarelas o cualesquiera de las técnicas, pero también sabe que su talento o sus virtudes podrán acompasarse con ello e incluso engrandecerse. ¿Por qué el poeta recurre a ese lema vacuo de "la palabra en libertad"? 

No creo que sea un fruto de un  romanticismo exacerbado, como afirman muchos, más bien lo sitúo en la falta de entendimiento que existe en general del mundo antiguo, falta de entendimiento por la falta de lecturas. Nunca hubo tanta desconocimiento que en estas décadas. Puede uno realizar un repaso mental de los distintos periodos de la cultura y encontrará, la mayor de las veces, relaciones entre las mismas, sean de absoluta reverencia como en el Edad Media o el Renacimiento o el Barroco o de contrariedad, como en el XIX. En ninguna de las mismas se tildó al mundo antiguo, a los logros anteriores, como estampas antiguas inservibles. Antes al contrario, el escritor conocía la tradición y vivió la tradición intensamente. De esa experiencia surgía su propia convicción que podría alcanzar cotas de excelente factura o quedar como la mayoría, en tanteos personales. 

Indago en todo ello ya que, como decía al comienzo, en el Madrigal de Gutierre de Cetina, a pesar del tema predeterminado, de la estructura ajustada de la misma y de todos los supuestos corsés, encuentro poesía del centro indudable, poesía verdadera, absolutamente diáfana en su verdad.