miércoles, 7 de agosto de 2013

SÍ, la transcripción de textos me parece un método de lectura extraordinario, sobre todo, cuando uno transcribe poemas. Esa lentitud y fijación en cada palabra connota una cadencia de lectura que pasa desapercibida con la lectura en silencio. Quizás, la lectura silenciosa aspira a resonar fuertemente en los adentros y a provocar ecos y sones en un silencio aparente. 
Ahora, que transcribo en la noche poemas de otro poeta, de un poeta verdadero, voy recitándolos con parsimonia, deleitándome en cada una de las silabas, palabras, sintagmas, oraciones, versos, estrofas, poemas. La lectura en voz alta, con voz queda, casi susurrante es un diapasón fabuloso para conocer la encarnadura de las palabras, pues parece que hemos olvidado, en estos tiempos frugales, que la palabra es cuerpo fónico y sustancia sonora. 

Leo Divinas palabras, de Valle-Inclán. Como un marigailo asisto al espectáculo literario que es siempre un texto, cualquiera, del autor gallego. Hay casos extraños en la tradición literaria entre los autores que forjan las lenguas y los escritores posteriores, las camadas postreras. Algunos, cuando quieren acentuar su filiación o sus deudas, acuden al escritor amigo, al crítico de turno o al poeta de moda para que sus textos, sus minucias, sus migajas tengan resonancia (siempre fugitiva) en la sociedad. Realmente, la literatura les importa muy poco y ellos mismos terminan siendo, como la mayoría, pasto de las llamas.  
Escribo estas afirmaciones ya que percibo que los nuevos escritores se van olvidando de todo lo literario; eso sucede porque, cada vez, se lee menos literatura y la que se produce se realiza al calor de los intereses comerciales. Por este motivo, la fidelidad del escritor a la literatura ancestral, la que ha marcado la naturaleza y los límites de lo literario, es acaso la única forma ética de ser estético.

El libro de Simone Weil, El conocimiento sobrenatural, es una fascinación y una tribulación del conocimiento luminoso. En este libro el lector puede encontrarse con palabras refulgentes como estas mismas, párrafos recoletos surgidos de un caos de anotaciones, escondidos, pero que azuzan la trinchera de la sensibilidad : "Lo bello supera la inteligencia, y sin embargo, toda cosa bella ofrece algo que comprender, no solamente en sí misma, sino en nuestro destino".