martes, 24 de septiembre de 2013

SI tuviera que definir qué plano o perspectiva utilizo para escribir este diario, no sabría qué contestar. ¿Primer plano o panorámica? ¿Paisaje de fondo o enturbiada claridad? Cierto es que, después de algunos años, llego a estas páginas como lo hago al clarinete y al piano. Pienso que están sordos, que el ébano de enrojecidos reflejos necesita más tiempo, más ahínco y perseverancia. Sin embargo, las horas que puede pasar uno ensayando con el instrumento son siempre horas de asueto, preparatorias para una interpretación pública o para establecer el recordatorio armónico con lo pasado. 

La literatura es siempre actuación. El escritor que lee sus textos es ya todos los lectores. No existen los ensayos previos. Como los días, las horas, el tiempo que concebimos, al igual que existen melodías que no se borran de la memoria, en la escritura anidan giros y palabras y estructuras que mantiene uno casi sin percibir. Quizás el escritor termina siendo ese conjunto reducido de señas lingüísticas. 

De esta forma, si el escritor advierte que posee esa reducida convicción de la palabra por escrito, deberá comenzar a proyectar sus ambiciones sobre lo semántico. Nunca pensé que la literatura fuera un sistema de signos y que estuviera sujeta a las posibilidades sintácticas de la lengua de turno. El instrumento, la lengua, lo es, pero no hay un inmanentismo evidente en la creación.  Así las cosas, el escritor debe ofrecer, en su interior, para sí, una reflexión sobre cómo escribe, qué términos utiliza y de qué forma engarza todos esos giros. En este sentido, podrá comenzar a desasirse de la mecánica del silabeo, de las atmósferas fónicas que tanto embelesan en las prematuras creaciones. Llega el momento de la semántica y esto anuncia que la filosofía, el pensamiento, el ser se van acercando y lo van conformando todo de forma polifónica.  

Es la hora del riesgo absoluto; cuando el escritor deja de controlar su propia creación y se adentra en las iluminaciones y los fogonazos de la imaginación. Hay unos versos excelentes de Boecio que describen este proceso de forma poética:

No buscáis el oro en el verdor de los árboles
ni recogéis perlas entre las vides.
No tendéis las redes en los altos montes
para gustar ricos pescados
ni llegáis al mar Tirreno
si preferís cazar las cabras salvajes.

Por el contrario, el hombre sensato conoce
bien
los lugares secretos bajo las olas del mar.
[...]
Rastrean en lo hondo de la tierra
lo que está más allá de las estrellas.

Son versos que se dirigen quizás hacia otra profundidad del ser humano, de su propio entendimiento, pero que resumen eficazmente lo que trato de describir: el proceso que lleva de la técnica a la verdadera creación. 
Tengo por seguro que en el escritor existe un momento de vislumbre de su mediocridad y que, en tanto este no suceda, todo seguirá enroscado en la vanidad y en la pura egolatría. Éditos o no, los escritores quedan fijados en el reflejo de lo que piensan que es su genio, esto es, siguen escarbando en lo hondo de la tierra cuando lo que deben estar haciendo es contemplar más allá de las estrellas. Pero, qué distinta esta época  (y a lo mejor, todas) de esto que nombro. Hay tanta vanidad, tanta pretensión de estar en actos y en lugares en que se celebra un ritual literario.... son caníbales de la literatura los que anteponen su yo, su ego, su persona a lo literario. No solo no han entendido lo que han leído, si es que han leído algo fructífero, sino que se empeñan en percutir con sus miserias y sus vanaglorias.

Terminen estas notas sueltas alejadas de esto que nombro aquí, por último, y déjense a la sazón de la literatura y el ser que, cuando se convocan desde la belleza, la verdad y la justicia tanto bien produce a los mortales.