sábado, 29 de noviembre de 2014

HE VUELTO a leer los poemas del cuaderno. Me había alejado de ellos voluntariamente, con la intención de no tenerlos por delante a diario. Esta mañana, al abrir un cuaderno, casi sin quererlo, comencé a leerlos. Uno a uno: los completos, los que son solo irrupción, versos sueltos, estrofas trabajadas sin talento, quizás un magma ya apagado e inservible toda esta escritura. Sin embargo, esta lectura furtiva me ha llevado a pensar en los que siempre manifiestan que la renovación de la poesía es necesaria. Después de hacerlo durante un tiempo, no entiendo el sentido de esta consideración, como no entiendo los calificativos de poesía "fresca", "actual" o "renovadora". Son adjetivos que tienen un referente necesario para poder significar, pero, ¿fresco con respecto a qué; actual en referencia a qué; renovadora de qué poesía antigua? 
Estaría muy bien que los que así se pronuncian marcaran los discursos que no son frescos, actuales y renovadores, sobre todo para alcanzar a entender la altura de la nueva obras.  


El número siete aparece en sueños, vestido de blanco, barbado. Está debajo de una encina y los pájaros merodean a su alrededor.  En esa escena me observo releyendo el pasaje en que por primera sonríe Virgilio en toda la Commedia. Es en el canto XII de Purgatorio, el que prosigue centrado en la soberbia. Se dirigían de nuevo al monte para subirlo. Un ser, un ángel blanco se les acercaba en ese paso. Rápidamente les advierte que muy pocos alcanzan la invitación para proseguir por esa senda ya que la naturaleza humana es débil. Al realizarles esta advertencia, la de que con un simple viento pueden caer en tierra, es decir, caer en la muerte, el ser realiza una acción misteriosa que pasa inadvertida al lector. Dice el propio yo lírico: 

A la roca cortada nos condujo;
allí batió las alas por mi frente,
y prometió ya la marcha segura.

Más allá de identificar la roca cortada, que algunos sitúan cerca de San Miniato, sorprende el hecho de que batiera sus alas por la frente del caminante. Decía que esta acción pasa inadvertida al lector en la primera lectura, pero, cuando uno relee el libro con la mesura y el detenimiento necesarios, todo es una constante interconexión de acciones, ideas, reflexiones que encuentran eco en pasajes sucesivos. 
El caminante guiado por Virgilio, exclama la diferencia entre los pasos en el infierno y los pasos del purgatorio. ¿Cómo los identificas? Tirando de alegorías y, como en este caso, de metáforas que conjuntan a la perfección los sentidos vivibles y ocultos.

Ah qué distintos eran los pasos
de aquellos del infierno: aquí con cantos
se entra y allí con feroces lamentos. 

"Cantos" y "lamentos" o, lo que lo mismo, armonía y desarmonía.

Este canto muestra, por lo demás, la transubstanciación. El poeta no se siente ya humano: está en transformación hacia la luz.

Por lo que yo: "Maestro, ¿qué pesada
carga me han levantado, que ninguna
fatiga casi tengo caminando?". 

El ser blanco le había grabado en la frente siete P. Son las marcas que se le irán borrando en el camino de perfección que realiza en este purgatorio. El caminante no tiene vista para verlos, tan solo las palpa en su frente. Sin embargo, justo antes de terminar el canto, Virgilio extiende su mano diestra
y sucede que, al ver la incomprensión del caminante, ríe por primera vez en toda la Commedia. Y uno, que está conmocionado, ríe con él en el tiempo de la poesía eterna y perenne, más allá de estaciones fugitivas.