domingo, 16 de noviembre de 2014

ME ABURRE sobremanera lo ordinario. Más todavía, lo vulgar. Pero, por sobre todas las cosas, lo que termina realmente de insuflarme un total aburrimiento es la vanagloria y el afán de mostrar lo que nunca se alcanzó.
Creo que el mundo actual vive un gran teatro del mundo en que con tener tan solo la idea de que alguien es algo ya se toma por sentado. Quiero decir que en esta predicación básica que tanto preocupó a Aristóteles, se encierra el paradigma de la decrepitud estética de la actualidad.
Poeta es cualquiera que diga que lo es; con ese aserto le basta, con la mera afirmación que brota de su mollera y que quizás, en esa nebulosa enfermiza de la modernidad, tan solo existe un deseo y una quimera que, a pesar de su virtual existencia, todos se creen.
Y es que falta tanta humildad, tanta carga ética y estoica y epicúrea en los hombres de hoy que me aterra escuchar cualquier conversación en el tren o cualquier diálogo sea cual sea el sitio. Me he vuelto hiperestésico con el asunto; me aburren los que van por la vida diciendo: "Oye, chicos, soy poeta".
Una poeta de verdad nunca lo diría, ni un escritor de fuste no sacaría su voz más allá de sus folios, como un músico consagrado a la música no manifiesta a las primeras de cambio que es músico. o siquiera un pintor no va cargado con sus pinceles o su caballete. Es un absurdo contemporáneo tanto como la patética red de transmisión de la cultura en los medios de comunicación.

Para ello leo a Steiner. Con unas líneas basta para desembarazarse de tanta mediocridad. Recuerda el Canto XXIV de Ilíada en que Príamo acude a la cámara mortuoria para hablar con Aquiles para que le devuelva el cuerpo de su hijo muerto, Héctor. Destaca Steiner la profundidad de la escena, pero la ensalza a la dimensión de clásico: "Un clásico de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía es para mí una forma significante que nos lee. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos. [...] El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía  nuestro recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo (gran parte de la respuesta primaria de tipo estético, e incluso intelectual, es corporal)".

Hay un detalle que Steiner no pasa por encima, una breve mención que el autor marca. Príamo roza con sus manos, implorando, las manos asesinas de Aquiles. Este roce es el que provoca en Steiner la reflexión posterior, el que conduce de la anécdota a categoría. El roce de unas manos que son epítome de todos los sentimientos humanos condensados en las de Príamo y en las del propio Aquiles: amor, odio, venganza, misericordia, valentía...El roce de unas manos que pudiera entenderse como un diálogo insonoro de la condición humana y que hace, del pasaje, de la obra, una dimensión distinta en cada lectura.