miércoles, 3 de octubre de 2012


COMO un viaje sentimental o como una fábula de ensoñaciones, como el relato íntimo de una epopeya cuyos ecos y recuerdos albergan una vida múltiple y armónica o quizás como un vaivén del mar, un continuo estarse y serse en la misma estancia cambiante del cosmos. Una paradoja de continuo es todo esto, todo, la vida, las palabras...
Inventa uno la vida en un supuesto relato que va escribiendo en un diario o en un libro de poemas. Cada pieza de ese engranaje verbal parece querer sustraerse de los días de un solo individuo para alzarse en el reflejo de todos los individuos. Es el abismo de lo literario, lo que no alcanza explicación más que en el misterio. 
Quinto Horacio Flaco creando un espacio imaginario, Ovidio en los destierros pasionales, Virgilio mostrando la ceniza de la muerte en su frente rumbo a Brindisi, Dante brujuleando la eternidad concéntrica, san Juan de la Cruz silabeando las oscuridades del alma, Rilke encumbrado de ángeles, Juan Ramón Jiménez nombrando el infinito. Realidades encarnadas, pues fueron verbo y siguen siéndolo, realidades perdurables en que solo envejecen los hombres que las leen; realidades esenciales que muestran abiertamente el velo de la realidad más profunda y verídica. Es una atracción esa palabra, una atracción irrenunciable que sí conlleva a renunciar a las relaciones grupales y a las amistades literarias. Nada más que un hombre solo en el laberinto de Creta, nada más que un hombre solo sosteniendo el mundo con sus ojos y sonando un aulós.