lunes, 3 de junio de 2013

ESTA noche he vivido en los sueños. Cargado de libros, me dirigía a una playa desierta en la que un fresco amable dotaba la escena de misterio. Iba con un lápiz bien afilado, anotaba en los márgenes del poema de Juan Boscán: "Dulce soñar y dulce congojarme...", al tiempo que releía los "Cantos" de la Commedia de Dante.  A estos libros se sumaban Leopardi y Rilke y San Juan de la Cruz. Todos poemas salmódicos que entonan un ritmo de patrias en la noche. 

La obra de Dante es un sueño, una visión, y cuando se lee dentro de otro sueño el texto se hace reluciente. Cada palabra, cada giro en la obra y cada apreciación del poeta y de su guía se va impregnando de una profundidad insospechada para el lector, pues se transforma en el ínterin de lector a vividor del texto, de personaje real a personaje soñado. 

Sigo recordando el verso de Boscán: "dulce no estar en mí...", mientras trato de entender el Empíreo, el lugar en que los ojos no ven más que con el alma. Sucede cuando te circunda una luz viva, que anima la esencia en su esplendor y la hace encarnadura para el espíritu.