domingo, 2 de junio de 2013

CUANDO el diario se convierte en confesionario es quizás cuando mejor entona su figura. Escribo esta mañana movido por sensaciones contradictorias que van de la supuesta amistad a la corbadía, del mundo deseado al mundo en los ojos. Hace un tiempo escribí un pequeño texto titulado De amicitia en el que vertí algunas consideraciones acerca de la amistad y de las turbulentas relaciones que se dan entre amigos a lo largo de la vida. Hablaba en él de la fidelidad, de los valores fundamentales que deben sostener toda relación. También del amor como principio de todo; y de cómo la envidia, la vanidad, el reino del ego o la poca sinceridad iban minando las relaciones entre los unos y los otros. Lo recupero por lo que tiene de oracular:

"En De amicitia, de Cicerón, existe una defensa del amor por encima de los intereses particulares. El latín lo proclama con más armonía: "Amor enim, ex quo amicitia nominata, princeps est ad benevolentiam coniungendam". En ese mundo romano, el concepto de fides era uno de los principios fundamentales para poder desarrollar la confianza en el otro, es decir, la fides para alcanzar la honestidad, la honradez, el compromiso, la recta moral, todos los elementos que conformaban, para Cicerón, la consciencia misma del individuo. 
Toda vez que el individuo desarrollaba esa virtud individual se podía entregar al otro en la confianza sin ambages. Junto a la fides estaba la constantia, la incesante búsqueda de la virtud, la firmeza en el juicio sobre lo que supone el amor en acción hacia el otro, sobre eso mismo que tanto escasea en estos siglos de avances tecnológicos y retrocesos sentimentales".  


Tristeza me da esta circunstancia. Una pena negra que me recorre pero que acepto, además, en clave, pues en clave y no de frente se realizan estas argucias. Debería hacerlo, el que lo inicia, cara a cara, transladando al otro lo que siente: sus opiniones, su percepción del asunto, todo lo que la humildad, -que tanto escasea y tan necesaria se hace-, produce en el individuo.

Los días corren parejos mientras los egos se mantengan parejos. Cuando uno alcanza, aun sin quererlo y aun sin tenerlo en consideración alguna, lo que el otro desea para sí, comienza el horror de la vanidad. En ese caso, la amistad se detona. Los idus de marzo se expanden por el almanaque como una pandemia y algunos creen ver conspiraciones por todos los rincones; caen en una obsesión personal. No se soporta que el otro realice esta o tal acción, no se soporta porque nunca se piensa en la humildad, en la mejora personal, en la falta de talento o, quizás, en los fallos de nuestras acciones humanas. 
Nos pensamos perfectos, ínclitos humanos que nada deben a nadie. Pensamos que el mundo debe rendirnos pleitesías por tenernos entre sus seres y no al contrario. Como me dijo Carlos Fuentes en Santander, la altura de un hombre se mide de los pies a la cabeza, pero la grandeza, de la cabeza al cielo. Falta grandeza entre los hombres, demasiados se miran de los zapatos a la punta de su pelo.