jueves, 30 de mayo de 2013

HAY un camino en medio del bosque. Uno, dos, tres, cuatro troncos a la derecha. Y hasta ocho en la izquierda, asomando su portento y su figura. El camino se intuye húmedo y posee en su centro una leve hierba que crece. Todo es un punto de fuga que amarillea, que conduce a un confín, pero todavía, tenemos la vista en el inicio del camino. Ese camino ha sido la noche entera.
He recordado el sendero rilkeano en Duino, el que recorrí con M.C. sin dejar de asombrarnos  a cada paso, en cada uno de los enigmas que allí sucedieron. 

El camino invita a la meditación, también a contemplar su estado. Siempre el comienzo de una andadura es un símbolo y una exploración, quizás la lenta meditación del ser que somos. 


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En algunas ocasiones, compruebo que hay lectores que no se enteran de nada o que se han enterado según sus intereses. El lector debe dejarse igualmente a un lado e intentar proyectarse en el individuo que escribió el texto, pues no de otra manera podrá pensar el mundo para hacerlo nuevo. 

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Siempre las preguntas muestran la preponderancia del ego. Son peligrosas no porque en sí lo sean, sino por el propósito encerrado. No soporto una pregunta que no comience un diálogo fructífero, que no inicie un descubrimiento. Es ahí cuando, cual Sócrates, comienza la usurpación de lo desconocido. Lo demás son meras afeites y delectaciones.