sábado, 4 de mayo de 2013


ESTA tarde, mientras daba un paseo con E., se conjuró el comienzo de un poema:

Al dulce son del aire que sucumbe
[...] 

Lo había anotado en el "Cuaderno del caminante", el pequeño cuaderno rojo que nos acompaña a E. y a uno en cada paseo. Ella ya reconoce mi semblante cuando lo saco del bolso y comienzo a escribir como poseído por una extraña causa, por la misma que Aquiles sentía inevitable acudir a la batalla al compás de los sones de la guerra. Para ella se establece un pequeño ritual que a E. le lleva a mostrarse callada sea cual sea su rebelión con el mundo. Y eso me sorprende más que ninguna otra cosa, pues nunca antes entendí el silencio nutricio, el silencio que originan las musas, hasta ahora.  

Al llegar a casa lo vertí al cuaderno de marrón.  En este cuaderno aglutino los últimos e incipientes juegos con los versos. En esas páginas comienza ya a existir un ramillete de versos fallidos en el intento de decir qué es el hombre que los escribe. Un poema, otro, unas estrofas deslavazadas, el protocomienzo de un poema.    



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Había apuntado los nombres para establecer un croquis o algo similar a un pequeño plan de trabajo.

Dante: Inferno, capítulo de envidiosos, Río Cocito, Tolomea.


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Para estos tiempos de verdades y penurias, unas palabras de Herman Hesse:

"Nada hace tanto bien en estos momentos malos como entregarse a la naturaleza, no pasivamente y para disfrutarla, sino en forma creadora".