jueves, 2 de mayo de 2013

PUEDE leerse en un libro menudo, que leí cuando era niño y que, por diversas circunstancias, ha terminado hoy de nuevo entre mis manos. En él leí, hace ya décadas, el siguiente fragmento. Está subrayado con lápiz, con unas líneas que bordean los fondos de las letras y que muestran y reflejan al lector incipiente y sorprendido de entonces.Leía: 

"el secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo". 

Ese número no escrito, sinécdoque de la armonía, es la búsqueda que late tras mis lecturas y los protoscritos que realizo. Pienso en una trama que va de la lectura a la escritura y a la vida. En ese trasiego se haya una incógnita que quizás contenga mi rostro.

*** 

Ese número celeste se representa esta tarde en algunos poemas soberbios de Claudio Rodríguez. Ni Don de la ebriedad ni Alianza y condena suenan esta tarde. Está por delante, rezagado en la mesa junto a otros volúmenes, El vuelo de la celebración. Me estoy refiriendo a los poemas y en especial a los versos que transcribiré a continuación. Todos ellos me llevan a una hermenéutica profunda, de resemantización de mi propia palabra de mi propio ser. Son versos scomo del aire, puros, cristalinos, que no necesitan de más glosa más que los silencios que los bordean y en los que deseo vivir.

En el poema "Un viento" leemos:

"Dejad que el viento me traspase el cuerpo
y lo ilumine. Viento sur, salino,
muy soleado y muy recién lavado
de intimidad y redención, y de
impaciencia. Entra, entra en mi lumbre,
ábreme ese camino
nunca sabido: el de la  claridad".[...]

En el poema "La contemplación viva" leemos:

"estos ojos seguros,
ojos nunca traidores,
esta mirada provechosa que hace
pura la vida, aquí en frebrero
con misteriosa cercanía. Pasa
esta mujer, y se me encara, y yo tengo el secreto,
no el placer, de su vida,
a través de la más
arriesgada y entera
aventura: la contemplación viva.

En el poema "Música callada" seguimos leyendo:

"Madera de temblor, sonando en cada veta
fresca, de ocre dorado,
en cada nudo vivo, cerca al tabaco mate,
con su prudencia rumorosa, dando
un toque de aire puro. Y estoy dentro
de esa música, de ese
viento, de esa alta marea
que es recuerdo y festejo,
y conmiseración. Rumor de pasos,
con sigilo sorprendente ahora
en las estrías de este suelo, nunca
ciego,de castaño.
Y oigo de mil maneras
y con mil voces lo que no se escucha.
Lo que el hombre no oye. Y toco el quicio
muy secreto del aire, y va creciendo
la armonía, junto con el dolor.
Y oigo la piedra, su erosión, su cántico
interior, sin golondrinas
desdeñosas, sin nidos,
porque el nido está dentro, en el granito,
y ahí calienta, y alumbra, hoy en junio,
la cal viva.

Y por último, y entre tros versos señeros de pureza, "Salvación del peligro":

"Esta iluminación de la materia,
con su costumbre y con su armonía,
[...]
con la alegría del conocimiento,
[...]
Peligrosa la huella, la promesa
entre el ofrecimiento de las cosas
y el de la vida.

Miserable el momento si no es canto.