jueves, 9 de mayo de 2013

LEER para vivir, como grabó Flaubert en la cabecera de la cama. Expandida, como una mariposa, la vida muestra sus recovecos de humildad y de decencia. Es en ellos en donde uno debe intentar habitar en cuerpo y alma, sobre todo si conoce la anchura del mundo precedente. 
Qué es uno si no nada, una inmensa minucia pasajera cargada de sueños y deseos que casi siempre perecen con uno mismo. Leer para vivir, leer por encima de cualquier otra actividad; pues la lectura es la alianza secreta que une al hombre con la materia de sus misterios. 

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Recuerdo que Bergson afirmaba: "pensar es moverse en el infinito". La literatura debe expandirse por el lado del pensamiento, no de los axiomas cerrados y herméticos, sino por el de la exploración de lo velado a los ojos. Lo demás es materia sobrante, acciones banales que no suman nada beneficioso al fenómeno literario.

Parece una evidencia apenas uno los lee, pero los textos de Petrarca, Triumphi, son tan contamporáneos que me resulta casi una redundancia introducir en un diálogo una refrencia a esta obra. La vanidad, los problemas minúsculos que se plantean los artistas, sobre todo los escritores, las supuestas proyecciones de futuro. Lo expresa Petrarca con tanta claridad desde hace siglos...
Leer para vivir y para saber contemplar que el tiempo es el Tiempo, que la palabara poética es la Palabra Poética de siempre, la que únicamente se dedica a decir la condición del mortal con belleza y justicia.  Es en este territorio en el que el poeta debe libar. 

En ocasiones, se utiliza el adjetivo "clásico" con una carga semántica determinada  y para referirse a un escritor contemporáneo. Parece que se espera poco de ellos, de los que recurren al llamado mundo clásico. No entiendo, por contra, que el mundo de las letras sea clásico o moderno, sino que es un un continuo de símbolos y de visiones. Aglutinado, armonizado por lo poético, el lector no encuentra trabas temporales entre un autor nacido hace siglos y uno de nuestros días que conviva en el mismo centro indudable de la palabra poética. Es más, escasean los que aspiran a convivir fuera del tiempo material  y sí en la perpetuidad, pues para ello deben realizarse demasiadas renuncias. 
Creo, en todo esto, que el poeta, mediante una visión o golpe de luz, entiende las razones luminosas de la poesía y de su vida y sucumbe ante el arco y el umbral del verdadero ser. Hay otros que aun  siendo turbados terminan en el reino de la vanidad y de la egolatría, de la supremacía del ego. Humildad y paciencia y armonía en uno mismo con el todo. Ética y estética en plenitud.