jueves, 16 de mayo de 2013


LEO a George Simmel, Roma, Florencia, Venecia, con el deseo de penetrar en el misterio y el secreto de la belleza. Un libro es un instrumento adecuado para poder llegar a ese secreto. Para tal fin, el libro, como es el caso de marras, debe ser puro, verdadero en sí, por eso me alejo de todos los mamotretos que solo jalonan lo superficial y fugitivo. Quizás sea lo clásico, como suelen llamarlo, el único recoveco, en que  se atisbe esa naturalidad del arte. Escribe Simmel: 

“Hay una pretensión de verdad que afecta la arte, más allá de cualquier ley naturalista externa a él; una exigencia que ha de cumplir la obra de arte, aunque ésta emane exclusivamente de la propia obra de arte”.

He releído este párrafo en varias ocasiones para tratar de comprenderlo en su máxima profundidad. Lo he realizado ya que no hay un solo día en que no escriba y lea y viva de acuerdo con esa pretensión de verdad en el arte literario. No puedo entenderlo de otra manera sobre todo en estos años de penuria intelectual y de festín de vanidades. Los lectores se olvidan de que sus juicios deben partir desde una posición ética plenamente pura y verdadera. Tratar de objetivar el arte, como presencia indudable, desde la subjetividad es la tarea del lector.