martes, 21 de mayo de 2013

EN el Tao Te Ching se encierran no pocas poéticas en cada página. Leer se ha convertido en una acción trascendental en estos días; cada tarde o a cada rato que abro un libro lo imagino como un momento mágico, como una acción épica, eso es, como una epopeya que estuviera viviendo. Releo con mucho detenimiento las siguientes líneas:

La virtud misteriosa es profunda y vasta
junto con las cosas retorna
y después alcanza la gran armonía con la Naturaleza.

En primer térnimo "virtud misteriosa": la escritura como la cualidad que señalaba J.R.J. para la poesía. Una vitud que no se enseña mediante la técnica, sino que anida y es connatural al ser, al mortal. Cuando un mortal posee ese don, esa inspiración, esa predispsición del espíritu lo llamamos virtud misteriosa, pues su origen nos es ajeno al resto por siempre. De ahí que el poeta verdadero busque un origen, un centro, su origen, su centro mismo, que solo él percibe como verdadero. No puede explicarse ni definirse, acaso sentirse. de la misma manera el poeta transmite energías siniestras y enegías viatles y límpidas.

Por otro lado, la poesía es un "retorno" a las cosas, esto es, a la realidad toda, terrenal y cósmica. Esto último impregnado de la realidad suprasensorial, la que nos penetra en cada respiración y está constituida por una música y una armonía.  Esta realidad es convivida entre el lector y el autor.

Así las cosas, el fin es la armonía con Naturaleza, es decir, con uno mismo, con su origen preclaro y el centro que lo define. Esa vuelta es un reconocimiento que pocos atisban, pues se necesitan la quietud y la contemplación. 

Por último, falta por mencionar que la esencia de la gran armonía está, a su vez, definida en el siguiente pasaje del Tao:

Lo miras
y no lo puedes ver.
Lo escuchas
y no lo puedes oír.
Lo usas
y no se puede agotar.

Si la literatura contemporánea contuviera al menos la intención de verdad y de pureza que anuncia el Tao, entre tanos otros textos de este cariz, seguiríamos venerando la Literatura de forma sagrada, pero no sucede así. Los textos se llenan de vanaglorias, de ridículas disquisicones, de rencillas que a nada llevan, incluso de protopoemas que es mejor deajr a un lado, por penosos. 

Es necesario, por supuesto, el tiempo de la Literatura.