jueves, 6 de febrero de 2014

EN la secuencia titulada "Madrigal", el sujeto lírico expresa a Platero una idea altamente lírica: "Hay, Platero, bellezas culminantes que en vano pretenden otras ocultar". El texto, leído de principio a fin, confronta tres imágenes que terminan  siendo la visión poliédrica de la belleza literaria: una mariposa que, concebida junto a su sombra, es dualidad; el estado de ánimo que vuelca el sujeto al contemplarla y, por último, la propia poesía vivida y encarnada. 

El platonismo del texto resulta sutil tras una lectura inicial, pero edificante en sucesivas relecturas. La mariposa va siendo, a la luz y en las sombras, ser cambiante. Metamorfosis misma que, a pesar de esto, jamás abandona el centro indudable de la poesía, el jardín que se menciona: "Toda se interna en su vuelo, de ella misma a su alma, y se creyera que nada más le importa en el mundo, en el jardín". Esa mariposa es la epítome del silencio y de la soledad connaturales al "poeta verdadero", de ahí la identificación con su vuelo. Volar en solitario para la mariposa es como el "deleite del verso" para el poeta. 

Por último, como siempre pensé que Platero era "la sombra" del sujeto que proyecta J.R.J. en el libro, es decir, otro alter ego del ser ficcional en que se desarrolla toda la naturalidad y la comunicación impropia de los mortales en relación con la naturaleza, estamos ante la contemplación de un ser desdoblado, la mariposa, por otro que igualmente se hace así, hombre demediado. Un juego especular que se concita en un breve pero intenso texto que apunta hacia la poesía "pura y sin ripio", es decir, hacia la poesía que armoniza la palabra y el silencio con la naturalidad y el vuelo de una leve mariposa en el jardín.

Me ha recordado esta lectura a los versos del poema de Rubén Darío que dicen:

En mi jardín se vio una estatua bella 
se juzgó mármol  era carne viva
un alma joven habitaba en ella
sentimental, sensible, sensitiva.