jueves, 11 de diciembre de 2014

HOY escribo tras haber pasado la noche en vela. Qué profundidad alcanza uno en el silencio de la noche no lo conoce hasta que no se queda batallando contra el sueño. Al comienzo, es una guerrilla, luego, penetra en la calma de la oscuridad. Lentamente esa calma y la respiración van apoderándose del ritmo interno y externo hasta que la respiración de la noche se confunde con la nuestra. Abigarrado en un silencio y en una quietud que confunden los sentidos, comencé a leer poesía. 

Petrarca condensa en Triumphi la confrontación entre fuerzas naturales y fuerzas trascendentes. Entre una y otra, el sujeto parece encontrarse en la encrucijada. Versos limpios los del poeta, obra que ahonda en la mitografía literaria de su vida; confundidos los polos ,el autor se sabe amalgama, simple vaso pasajero. 

"¿Dónde apoyar recuerdos y esperanzas?", se pregunta el poeta y el lector con él mientras contempla la cabalgata del triunfo del tiempo, el carrusel de la eternidad incomprendida a los ojos. 

Estos textos colman de templanza las opiniones sobre la realidad, acaso porque esas opiniones han quedado vertebradas por otra lucidez momentánea de la que nadie hace uso consciente. Llega, está, es, desaparece y su rastro queda en un rumor oculto. De ese rumor participo cada ve que leo a Petrarca o a Rilke o al propio Dante. 

La lectura se ha convertido en un acto de rebelión; más aún, en una manifestación ética individual que evidencia nuestro paso fugitivo.