sábado, 20 de diciembre de 2014

NUNCA imaginé que fuera a escribir un diario literario. Mucho menos, que perdurara con los años y que, a fuerza de leer y de vivir, se convirtiera en un espejo en el camino; no a la manera de Stendhal, sino en el sentido opuesto, el de un realismo total que incluye igualmente lo intangible. 
Llegará un momento en que el diario deje de existir en esta forma, en este esquema mental que diariamente ejecuta no sé qué consciencia.  Desde luego que yo no escribo como yo, sino que es otra consciencia la que dicta estas líneas, eso es evidente. No hay día en que no recuerde el aserto de Don Quijote cuando lo recogen de la primera paliza: "Yo sé quién soy". Esta secuencia en boca de otro personaje resultaría inadecuada, pero en los labios del imaginario personaje es una sentencia que sintetiza toda una filosofía. 

Hacía tiempo que no encoentraba un libro tan fascinante como La música como pensamiento de Mark Evan Bonds.  Todavía hay libro lúcidos que sacuden el entendimiento y que enseñan a dirigirnos hacia otra profundidad. Junto al libro de Eva Bonds tengo la antología poética  de Charles Simic, Mil novecientos treinta y ocho y, hasta ahora, me emocionan más las páginas del primero que las del poeta nacido en Belgrado. 
Me agrada mucho un poema titulado "Mil años de soledad" en que hace uso de la antigua metáfora náutica de la vida como una navegación, pero sobre todo, ahí la originalidad, del silencio asimilado al bote que dios sacude y azuza en las aguas del océnao de nuestros cuerpos. Un poema conciso, profundo, que uno relee como hace con los buenos poemas. Podríamos incluir igualmente "El viento",  que dice así:

Al tocarme, tú tocas
el país que te ha exiliado.

Convierte el viento en una suerte de recipiente en que quedan descubiertas todas las esencias. El viento golpeando el cuerpo de cualquier mortal está acercando, fugazmente, la esencia por la que el viento atravesó hasta él. Una sustancia invisible, sensitiva tan solo, transparente pero real. 

Mencionaba el libro dedicado a la música y se me olvidaba el subtítulo, a saber, El público y la música instrumental en la época de Beethoven.  El libro está fundamentado en exponer cómo, en esas décadas finales del XVIII e iniciadoras del XIX, la música, gracias al desarrolllo instrumental de Beethoven, se convierte no solo en una forma de escuchar el mundo sino también de pensar el mundo con un discurso superior, distinto, a la palabra. El asunto no puede ser más atractivo para mí. 

Siempre he pensado que la música es el encuentro entre la materia y la esencia; un encuentro en que el hombre no participa, tan solo contempla. Como el viento de Simic, que contiene la esencia de otras realidades y que impregna al que lo siente en su carne, la música penetra en los oídos, aun sin quererlo y transforma el espíritu, lo predispone a otro entendimiento. En esa transformación, como querían los antiguos, debemos arrojarnos a los círculos convulsos de la belleza.