Ya saben de mis fobias a las costumbres sociales que vertebran el mundo, a la ética de anís y mantecado que se prodiga a finales de diciembre, a los nacimientos milagrosos alzados a creencias absolutas, a los creyentes de ese nacimiento heroico que cuelgan de sus balcones la imagen desastrosa y esotérica de un recién nacido con corona, a la necedad borreguil y cegadora de los excesos en regalos y felicidades y “noches buenas” y todos esos inventos de lo efímero: los mercados, los nacimientos, los belenes, los rezos; a la exacerbación detonada por los villancicos que abrigan a uno hasta en la tostada, de la euforia de feria que se prodiga por las calles abarrotadas por un personal que se deja los ahorros en las últimas tecnologías, etc. Sin embargo, vengo observando de un tiempo a esta parte una modalidad nueva en esas destrezas que los humanos vamos amontonando: el almuerzo de empresa.
Un almuerzo de empresa (ya sea privada o pública) roza la indecencia y, en muchos casos, un comportamiento primitivo. El almuerzo o la cena consiste en la reunión de todos los trabajadores de la empresa para festejar, ¡qué se yo!, las navidades. Nefasta interpretación de los ritos, estos almuerzos, o cenas. Si entro a analizar el menudeo que se produce en la mayoría de ellos, no haré más que agudizar mi fobia. No sé que fuerza mayor o anunciadora mueve al organizador, porque existe la figura del organizador. Pongo por caso que el organizador es alguien que no se ha dirigido a ti en todos los días pasados o que, en buena medida, ha evitado cualquier tipo de encuentro eventual. El mismo que ha prodigado su cara de enfrentamiento con el mundo o con la política cualquiera. Creo que ni siquiera Kafka, en su prodigio, mejora la metamorfosis que sufre el señor. Cuando este Gregorio Samsa ha pedido el presupuesto en los sitios en donde es conocido, los cuelga en un tablón para que la gente vote según sus preferencias: carne o pescado, copas o sin copas, este lugar o el otro, etc. Recién decidido el menú y el lugar del almuerzo, todo se obceca a favor del “día del almuerzo”. Claro, luego viene el envés de la moneda, esto es, los que decidimos no apuntarnos en la lista porque…por causas diversas. De momento, a los que van no se les pregunta en público, “oye, ¿por qué vas al almuerzo?”, ya que estoy seguro de que las razones serían más débiles que las que cualquiera de los que no van les daría. Aunque pensándolo bien, todo se puede extrapolar a otras situaciones de la misma ralea. Ya saben, no puedo contarles cómo son los almuerzos en vivo porque no suelo ir a esos eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Un almuerzo de empresa (ya sea privada o pública) roza la indecencia y, en muchos casos, un comportamiento primitivo. El almuerzo o la cena consiste en la reunión de todos los trabajadores de la empresa para festejar, ¡qué se yo!, las navidades. Nefasta interpretación de los ritos, estos almuerzos, o cenas. Si entro a analizar el menudeo que se produce en la mayoría de ellos, no haré más que agudizar mi fobia. No sé que fuerza mayor o anunciadora mueve al organizador, porque existe la figura del organizador. Pongo por caso que el organizador es alguien que no se ha dirigido a ti en todos los días pasados o que, en buena medida, ha evitado cualquier tipo de encuentro eventual. El mismo que ha prodigado su cara de enfrentamiento con el mundo o con la política cualquiera. Creo que ni siquiera Kafka, en su prodigio, mejora la metamorfosis que sufre el señor. Cuando este Gregorio Samsa ha pedido el presupuesto en los sitios en donde es conocido, los cuelga en un tablón para que la gente vote según sus preferencias: carne o pescado, copas o sin copas, este lugar o el otro, etc. Recién decidido el menú y el lugar del almuerzo, todo se obceca a favor del “día del almuerzo”. Claro, luego viene el envés de la moneda, esto es, los que decidimos no apuntarnos en la lista porque…por causas diversas. De momento, a los que van no se les pregunta en público, “oye, ¿por qué vas al almuerzo?”, ya que estoy seguro de que las razones serían más débiles que las que cualquiera de los que no van les daría. Aunque pensándolo bien, todo se puede extrapolar a otras situaciones de la misma ralea. Ya saben, no puedo contarles cómo son los almuerzos en vivo porque no suelo ir a esos eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Sufro también esta fobia a las costumbres sociales consuetudinarias que acontecen todos los años sin remedio. Y lo peor de todo esto, no son las fiestas, ni que la gente le dé por "quererse" mucho unos días, ni siquiera los almuerzos de empresa. Lo peor, creo yo, es que te obliguen a asistir a eventos que ni te van ni te vienen, y que tengas que dar explicaciones, excusas, y te digan: "No, hombre, yo te voy a enseñar la Navidad... Que es muy bonita. Ya verás...". Por favor, un poco de libertad, que cada uno festeje lo que le de la gana, y permita no festejar, pasar de largo, y vivir a los demás...
ResponderEliminarEres "uno de los nuestros", a lo M. Scorsese
ResponderEliminarMe sumo a la fobia navideña, pero con reservas respecto a lo del almuerzo de Navidad... ¿Por qué no? Cada empresa es un mundo, creo que es difícil generalizar, de forma que en algunas el ágape lo paga la empresa, en otras los curritos, etc. Además, no podemos comparar la empresa púlbica con la privada, porque de las primeras poquitas hay, quitando Correos y dos más. (Que yo sepa, la enseñanza pública, por ejemplo, no es un negoción -si así fuese, otro gallo cantare-, por lo tanto lo de empresa sobraría.)
ResponderEliminarQueridos míos, quién sabe en qué cena de cuándo nació el Simposio de Platón, que tiene sabiduría para dar y regalar.
Fíjate, hasta Jesús hizo su cena de empresa, ¿o qué fue si no "la última cena"?
ResponderEliminarEvidentemente, el término "empresa" está utilizado en el sentido más laxo posible, buscando, en todo caso, estas discrepancias que habéis apuntado.Por otra parte,incluso pensé en una desviación semántica, ya que empresa significa igualmente "acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo". Ah, enhorabuena por tus logros poéticos, Diego.
ResponderEliminarClaro, Tomás, te entiendo, lo que pasa es que quise sacarle punta para ver si seguíamos discutiendo.
ResponderEliminar(Respecto a lo otro, gracias... pero no creo que sea un logro.)
Te digo lo mismo,Diego, me encantan estas disputas verbales que recuerdan a aquel subgénero de los "debates medievales" en que dos auotres terminaban por defender justo lo contrario; pienso, además, que en esa salsa está el encuentro de las ideas, por eso me encanta que hayas mencionado a Platón: ¡qué banquete, iría aunque fuese navidad!Por último, te quería felicitar por el reconocimiento, evidentemente en la poesía debería uno tener otro baremo para los logros, claro. Enhorabuena, de todas formas.
ResponderEliminarEstoy contigo, mairenero, lo que pasa en la calle. Pero hay palabras marcadas por los poetas, y "consuetudinario" y "rúa" poseen el marchamo del poeta bueno, de Antonio Machado. ¡Un saludo, feliz año en familia!
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