domingo, 16 de diciembre de 2007

LECTORES ÚLTIMOS

El último lector (Anagrama, 2005), de Ricardo Piglia, es una muestra auténtica de los caminos que está encontrando la literatura de nuestros días. Cercano a la concepción literaria de Cervantes, Vila-Matas, Musil, Kafka, Joyce y Borges, entre otros, intenta Piglia (y lo consigue) acompasar en la escritura la astucia del lector. Para ello lee como escribe, y escribe como lee. Nada más lejos de aquellos cazadores cazados, aquellos civilizados bárbaros. En esa extrañeza, Piglia ahonda, como lector, en las obras de sus autores fetiches (Kafka, Macedonio Fernández, Joyce, Borges, Gombrowicz) escribiendo como ellos. Comenta su lectura a través de la escritura literaria.
Hay libros que desbrozan los límites de los géneros literarios, pero hay otros que los aglutinan. Y El último lector es uno de ellos. Una recopilación de lecturas sagaces escritas al sesgo literario. Tal es así que incluso el estilo, la pretensión estética roza los mismos parámetros que elogia de los autores convocados en las páginas. Sufren sus líneas una suerte de metamorfosis que imita las cualidades de sus comentarios. Escribe sobre Kafka tal y como lee a Kafka.
“La literatura le da forma a la experiencia vivida, la constituye como tal y la anticipa.[…]La escritura es una cifra de la vida, condensa la experiencia y la hace posible. Por eso Kafka escribe un diario, para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. Podríamos decir que escribe su Diario para leer desplazado el sentido en otro lugar. Sólo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito. No se narra para recordar, sino para hacer ver. Para hacer visibles las conexiones, los gestos, los lugares, la disposición de los cuerpos. Escribe para que el otro lea el sentido nuevo que la narración ha producido en lo que ya se ha vivido. El otro debe leer la realidad tal cual él la experimenta”.
La inteligencia y la profundidad de Piglia se echa en falta en no pocos autores contemporáneos que entienden, más bien, que la literatura es cosa de analepsis y prolepsis utilizadas sin mayor pretensión que el efecto momentáneo de un guión cinematográfico. Sin embargo, rehúso idolatrar a esos autores en los que falta pensamiento y nueva propuesta literaria. No justifico con ello cualquier tipo de experimento o artilugio verbal, sino más bien estoy defendiendo la dificultad mayor de la literatura. En estos tiempos que corren, obras como las de Piglia cimbrean (por lo menos en mi persona) la necesidad de escribir una vez que hemos abandonado su lectura. Porque han conseguido que leamos de otra forma lo que habíamos leído, que vivamos como otra vida lo que hemos vivido. Entonces comprendo que hay libros para ser leídos, y otros para ser escritos. Este último lector de Piglia es un libro para ser escrito, como lo son Rayuela, de Cortázar o La realidad y el deseo, de Luis Cernuda.

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