martes, 26 de junio de 2012

AHORA escribo en los silencios y en las pausas y nunca había escrito con tanta fecundidad. Hoy, al oler la tierra, se han venido a la memoria las voces del mundo y los ángulos de la noche. En la claridad de la noche, el hombre se ciega por completo; es una claridad que proviene de lo oculto y que anula para el poeta los límites de la consciencia, de su propia noche llameante.  

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CON E. escuchando a Mozart. Nada más, la sangre brotando por de dentro, la sangre conjunta de la vida. Respiraba con ella y la mecía en el ritmo de la música, en el ritmo de la vida y viváimos, en plural, como se contiene la aritmética del ser.

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EN la mesa los libros forman un paisaje figurado. Lucrecio, Leopardi, Rilke, Boecio, Cervantes, H. Broch y el libro capital de J.S.M. Los recojo de su solemne descanso y los abro, los avivo, los huelo como si ellos formaran parte de esa tierra humedecida dadora de lo cenital. Leo algunos versos en voz alta, los vuelvo a recitar y a memorizar. Creo en la memoria de unos versos cristalinos para cuando uno se aleja de la poesía. Son como un usufructo necesario, que debe ser almacenado dentro de nosotros en su música y en su ritmo y en su significado total. Canto en la estela de la palabra luminosa.