lunes, 18 de junio de 2012

DERRAMADOS, casi creando una cabellera de oro sobre el verde, veíanse los primeros girasoles sobre los campos. Cruzaba de camino al trabajo las lomas que, durante la primavera, tan mustios y desasosegados habían mostrado su existencia. Ahora, como invadidos de una verdura insomne, los girasoles han comenzado con su discurso de luz y con ellos mi alma se vuelve envirotatad y como conmovida por un estupor que, cada año, se renueva y perpetúa en la memoria. 

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NUNCA imaginé que E. vendría a enseñarme el mundo. La observo, cada día, con estupor y maravilla y, cuando lo hago, no dejo de pensar qué nos diferencia a nosostros de ella. E. observa el mundo desde la perplejidad, sin encontrar en él ni un solo argumento que justifique su existencia. Le atraen los colores, los ruidos que provienen de no se sabe dónde, los paseos y, sobre todo, los cantos rítmicos. Bien pensado, ¿qué diferencia existe entre su vida y la nuestra?  ¿No estamos de continuo en una danza, de ritmos y silencios, quenos emboba ante su inexplicable exietencia?

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PASADOS los meses y los años, vengo a pensar que este diario se mantiene por una extraña razón de la que no conzoco su causa, de la que no puedo discernir nada más que mi fidelidad a ella. Es una consagración a la palabra, una irrenunciable manía que se mantiene viva y me mantiene vivo. Porque en cada palabra y en cada línea escucho el eco de mis pasos futoros en la memoria venidera.