martes, 17 de julio de 2007

CÓMO SOMOS

A Manolo
Es increíble la cantidad de soluciones que se proponen en la barra de un bar y rodeado de copas. Es capaz uno de solucionar el mundo y encima volver a crearlo sin más remiendo que el que caliente sus entendederas. Todo esto viene al hilo porque la semana pasada - que anduve por Sanlúcar intentando tomarle el pulso a la ciudad- pude pasar la tarde con un amigo. En el encuentro no hicimos más que zurcir los descosidos que nos parecían remediables en la ciudad. La cuestión no se complicó ya que ninguno de los dos nos presentamos con las orejeras que otorgan los ideales políticos, más bien partíamos de que la política es ese sucedáneo de alzamiento ideológico a la vacuidad, tanto como el pregón como el ripio alzado a arte.
¡Cuántas soluciones propusimos entre trago y trago, cuántas ideas abrigaron nuestras inquisiciones! Y para colmo la sintonía académica que nos une llenaba de fogonazos ilustrativos la conversación, es decir, los temas oscilaron desde la entrada que posee Sanlúcar en la carretera de Trebujena – maltrecha desde hace más de quince años-, la incapacidad económica para jalonar la inversión turística, la dejadez absoluta en el ámbito de la cultura hasta la aparición de la lingüística moderna con Sausurre, algún verso de Juan Ramón Jiménez, la ilusa sensación de hacernos viejos, de proferir hábitos vetustos como el güisqui que tomábamos etc. En fin, que sobre la humedad de la barra del bar fueron desgajándose las crónicas de dos sochantres que sacudían las pretensiones sociales. Sin remedio, terminamos abordando el tema del consumo de drogas en España, de la desmesura que menea a los zagales callejeros y de los hábitos que se iban perdiendo por el desagüe de la desmemoria.
En ocasiones, cuando merodeo por los bares de Sanlúcar me gusta lanzar el oído sobre las conversaciones que sostienen los amiguetes soliviantados por los efectos etílicos; en estas disputas verbales algunos llegan al abrazo que termina de confirmar la borrachera, otros a las lágrimas, algunos al recuerdo de esos versos que por alguna razón forman parte de su imaginario, alguno recuerda el muletazo de José Tomás y otros tantos ríen, callan y asienten. Todos efusivos, contentos por reconvertir la realidad que les ha tocado vivir en una ensoñación, una entelequia como la que conformamos el compañero y yo entre vidrios escoceses y razones locales.

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