Queridísimo:
Muchas gracias por las nuevas fuentes que me has enviado. Sin duda, servirán de molde para mis nuevos balbuceos lingüísticos.
El viaje a Barcelona ha sido renovador
–quizá todo viaje lo sea- por aquello del cambio de espacio, de la percepción distinta de la luz, del paso de las horas, de las rutinas distintas que siguen los ciudadanos etc. En este último punto, Barcelona es muy peculiar. La política lingüística que sólo intuimos desde las declaraciones que los políticos vierten en los micrófonos es una realidad que va más allá de nuestras elucubraciones. Te sientes en una pedanía de Francia o en una ciudad fronteriza donde lo español, es decir, la lengua en la que está emboscada toda tu realidad, se aparca incluso con cierto desdén y cercanía al desprecio. En los aeropuertos los indicadores están escritos en Catalán, luego en Inglés y por último en Español. Un español rebosante de faltas de ortografía, de incoherencias sintácticas etc. En los bares te sirven Cacaolat y si le pides a la señorita Cola Cao te responde con una cara de asquito, con un chillido envuelto en interrogación (“¿Colo cau?”) y dejando en evidencia que no controlas el tema, esto es, que adónde (ya el panhispánico admite la forma a dónde como novedad) coño vas pidiendo el producto de “yo soy aquel negrito del áfrica tropical…”. Para colmo de males, en algunos museos las explicaciones solo están escritas en catalán y en inglés; así como la gran mayoría de comercios se anuncian con sus letreros en Catalán. Sin embargo, la circunstancia que ha llevado al extremo esta defensa apasionada de lo catalá ocurrió en el teatro del Liceo. Este teatro ha sido un emblema de la cultura catalana y, a su vez, de la española. En este sitio cantaron las grandes sopranos que llegaban a un país minado por la dictadura y la indiferencia a las manifestaciones que no cantasen cara al sol. Pues bien, nos dispusimos M. Carmen y yo a presenciar la Ópera Cómica Manon de Massenet escrita originalmente en francés, cuando los subtítulos aparecieron en la pantalla en catalán.
¿Qué quiero decir con toda esta amalgama de situaciones? Los nacionalismos levados al extremo, como ocurre en Cataluña, son excluyentes; frente a la inclusión que propala toda postura razonable. En un bar de Sevilla, Granada o Antequera puedes pedir que te sirvan un Cola Cao, pero en muchos de estos lugares también hay Cacaolat, por lo que una cosa no excluye a la otra. ¿Tener las dos opciones, no es más enriquecedor si lo extrapolamos a otras circunstancias de más enjundia? Aún recuerdo que en el equipo de baloncesto del colegio las equitaciones estaban patrocinadas por cacaolat y que nadie extrañó en ningún momento tal circunstancia.
Por otra parte, en un teatro donde todos los catalanes y extranjeros – excesiva presencia de extranjeros en Barcelona- saben hablar español -o, por lo menos, los guiris vienen a aprender español en su gran mayoría- y solo los catalanes saben desentrañar los subtítulos en catalán, no es más apropiado subtitular en español?
Claro, luego está el amor a las lenguas, mi pasión por la filología, el interés por aprender el máximo posible de elementos lingüísticos (eso sí, hemos aprendido un montón de catalán)…Aunque pienso que todo esto está alejado de lo que he llamado, con toda la intención, política lingüística que, al igual que la política educativa, está al servicio de los intereses de unos señores que pretenden llenarse el bolsillo con euros.
Un saludo, Tomás.
Muchas gracias por las nuevas fuentes que me has enviado. Sin duda, servirán de molde para mis nuevos balbuceos lingüísticos.
El viaje a Barcelona ha sido renovador
–quizá todo viaje lo sea- por aquello del cambio de espacio, de la percepción distinta de la luz, del paso de las horas, de las rutinas distintas que siguen los ciudadanos etc. En este último punto, Barcelona es muy peculiar. La política lingüística que sólo intuimos desde las declaraciones que los políticos vierten en los micrófonos es una realidad que va más allá de nuestras elucubraciones. Te sientes en una pedanía de Francia o en una ciudad fronteriza donde lo español, es decir, la lengua en la que está emboscada toda tu realidad, se aparca incluso con cierto desdén y cercanía al desprecio. En los aeropuertos los indicadores están escritos en Catalán, luego en Inglés y por último en Español. Un español rebosante de faltas de ortografía, de incoherencias sintácticas etc. En los bares te sirven Cacaolat y si le pides a la señorita Cola Cao te responde con una cara de asquito, con un chillido envuelto en interrogación (“¿Colo cau?”) y dejando en evidencia que no controlas el tema, esto es, que adónde (ya el panhispánico admite la forma a dónde como novedad) coño vas pidiendo el producto de “yo soy aquel negrito del áfrica tropical…”. Para colmo de males, en algunos museos las explicaciones solo están escritas en catalán y en inglés; así como la gran mayoría de comercios se anuncian con sus letreros en Catalán. Sin embargo, la circunstancia que ha llevado al extremo esta defensa apasionada de lo catalá ocurrió en el teatro del Liceo. Este teatro ha sido un emblema de la cultura catalana y, a su vez, de la española. En este sitio cantaron las grandes sopranos que llegaban a un país minado por la dictadura y la indiferencia a las manifestaciones que no cantasen cara al sol. Pues bien, nos dispusimos M. Carmen y yo a presenciar la Ópera Cómica Manon de Massenet escrita originalmente en francés, cuando los subtítulos aparecieron en la pantalla en catalán.
¿Qué quiero decir con toda esta amalgama de situaciones? Los nacionalismos levados al extremo, como ocurre en Cataluña, son excluyentes; frente a la inclusión que propala toda postura razonable. En un bar de Sevilla, Granada o Antequera puedes pedir que te sirvan un Cola Cao, pero en muchos de estos lugares también hay Cacaolat, por lo que una cosa no excluye a la otra. ¿Tener las dos opciones, no es más enriquecedor si lo extrapolamos a otras circunstancias de más enjundia? Aún recuerdo que en el equipo de baloncesto del colegio las equitaciones estaban patrocinadas por cacaolat y que nadie extrañó en ningún momento tal circunstancia.
Por otra parte, en un teatro donde todos los catalanes y extranjeros – excesiva presencia de extranjeros en Barcelona- saben hablar español -o, por lo menos, los guiris vienen a aprender español en su gran mayoría- y solo los catalanes saben desentrañar los subtítulos en catalán, no es más apropiado subtitular en español?
Claro, luego está el amor a las lenguas, mi pasión por la filología, el interés por aprender el máximo posible de elementos lingüísticos (eso sí, hemos aprendido un montón de catalán)…Aunque pienso que todo esto está alejado de lo que he llamado, con toda la intención, política lingüística que, al igual que la política educativa, está al servicio de los intereses de unos señores que pretenden llenarse el bolsillo con euros.
Un saludo, Tomás.
He visitado el blog y me ha gustado. Lo leeré con detenimiento. Lo de Barcelona puede ser verdad. Estuve por allí hace ocho años y me metí en las entrañas de la ciudad; mi apreciación fue diferente en aquella época, me llamaba la atención la alternancia de las dos lenguas con total naturalidad. No dudo que eso ahora haya cambiado ya que los políticos hacen y deshacena su antojo, además de contar con el apoyo inestimable de la ignoracia supina de la población y su tendencia a la estupidez (cualidades universales, por otro lado). Lo peor está por llegar.
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