Samarcanda. Forma tradicional española del nombre de esta ciudad de Uzbekistán: «Había conocido durante sus legendarios viajes todas las grandes mezquitas y medersas del Islam, de Bagdad a Samarcanda» (Silva Rif [Esp. 2001]). Esta es la grafía mayoritaria y resulta preferible a Samarkanda —influida seguramente por la forma inglesa Samarkand—, cuya k no se justifica etimológicamente, ya que la forma uzbeka es Samarqand.
Diccionario panhispánico de dudas ©2005Real Academia Española © Todos los derechos reservados
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(Aunque el mapa no presenta las mejores condiciones gráficas, distinguimos Turquía a la izquierda, pasamos por Egipto, Damasco, Teherán...justo en el centro está Samarcanda y a partir de ésta, dos posibles rutas; una hacia el sur y otra hasta Shanghái)
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Mi fervor filológico se embosca demasiadas veces con el mal de la melomanía que apareció como una solitaria y que aún no me ha soltado de su achuchón. De esta forma, las palabras que nos rodean y que forman la medida del mundo que nos sujeta, traspasan esos parámetros que envuelven nuestras realidades. Es decir, aprender con precisión nuevos vocablos es ensanchar el mundo, crear para nuestros ojos mundo y reconocer mejor el depauperado conocimiento que de él teníamos.
De esta forma, imbuido en los dos últimos conciertos a los que he asistido -aunque la audición suponga siempre una anulación de los parámetros temporales y una abstracción absoluta a ningún asidero posible-, me he permitido relacionar el nombre del grupo, Samarcanda, con el dictado del Panhispánico y, en última instancia, con la música que nos sobrecogió de nuevo en Sevilla.
Samarcanda es el topónimo de aquella ciudad de unos 3.000 años y que posee un lugar privilegiado para el tráfico en el comercio de especias y sobre todo de sedas orientales. De esta forma, conquistada por Alejandro Magno, Samarcanda adquirió ese carácter híbrido que otorga la mezcolanza de culturas y la impronta comercial que la ruta le procuraba. Algo de esta índole ocurre en los conciertos de estos músicos; la noche se hace agua para el silencio, las vibraciones preñan el natural movimiento del planeta y los espectadores vehiculan en sus entrañas las más insospechadas sensaciones de ingravidez.
De esta forma, imbuido en los dos últimos conciertos a los que he asistido -aunque la audición suponga siempre una anulación de los parámetros temporales y una abstracción absoluta a ningún asidero posible-, me he permitido relacionar el nombre del grupo, Samarcanda, con el dictado del Panhispánico y, en última instancia, con la música que nos sobrecogió de nuevo en Sevilla.
Samarcanda es el topónimo de aquella ciudad de unos 3.000 años y que posee un lugar privilegiado para el tráfico en el comercio de especias y sobre todo de sedas orientales. De esta forma, conquistada por Alejandro Magno, Samarcanda adquirió ese carácter híbrido que otorga la mezcolanza de culturas y la impronta comercial que la ruta le procuraba. Algo de esta índole ocurre en los conciertos de estos músicos; la noche se hace agua para el silencio, las vibraciones preñan el natural movimiento del planeta y los espectadores vehiculan en sus entrañas las más insospechadas sensaciones de ingravidez.
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