oud
santur
Caravasar de Zain el Din en Yazd ( Irán)
(Uno de los pocos caravasares que se conservan. Lugar en que se depositaban alimentos, agua, ropajes, etc. para los viajeros. El étimo de su nombre se lo debemos a karawan: " caravana" y saray: " vivienda, palacio".)
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santur
Caravasar de Zain el Din en Yazd ( Irán)
(Uno de los pocos caravasares que se conservan. Lugar en que se depositaban alimentos, agua, ropajes, etc. para los viajeros. El étimo de su nombre se lo debemos a karawan: " caravana" y saray: " vivienda, palacio".)
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Si dislocamos el término caravasar, podemos decir abiertamente que ayer fuimos pasajeros y testigos en el Alcázar de Sevilla de una ruta melódico-sensorial que nos transmigró desde el siglo XI hasta la actualidad. Como en otras ocasiones, los conciertos que se celebran durante el verano en Sevilla y en el lugar de marras no dejaron indiferentes a ninguno de los asistentes y más cuando nos topamos, de puro contento, con la sensibilidad de unos músicos entregados a la difusión de una música que, aún ancladas en los siglos medievales y en otras culturas, despliega las facultades sensitivas de otras épocas. Quizás ese es el prodigio, la identificación de la existencia de una sensibilidad atemporal que es recuperada, en un eterno retorno, a la luz de las vidas que las decodifican.
La noche, impecable de silencio y acumulada de frescor nocturno, acompasó debidamente los sones de una soprano que acarició -y así lo vimos- las cantigas en gallego-portugués más sobrecogedoras que he escuchado nunca; así como el percusionista hacinó los pulgares sobre las tripas que completaban los instrumentos para crear el basamento adecuado, la sintonía trival de unas melodías que fluyeron precisas, encadenadas en las manos del resto del grupo. Zéjel, nombre del grupo, reivindicó anoche la defensa de la cultura como ese estado de gracia que nos redime -aunque por poco tiempo, por instantes inexplicables y sucesivos- del bucle rutinario de los días.
Ciertamente, las Noches del Alcázar son un lujo en donde se cumple la máxima machadiana de que sólo los necios confunden valor y precio. Hemos ido varias veces otros años, cuando conseguir una entrada no consistía en una odisea, y nunca nos defraudó. Lo mejor es irse cuando abren (creo que sobre las nueve) y pasear por ese jardín botánico que es el Alcázar, aderezado con los frescores nocturnales -cosas, al uso, difíciles de conjugar, por cierto-; ya luego, da igual cómo sean los sones, la velada estará más que justificada.
ResponderEliminarSaludos.