Comenzó como un brote de sarpullidos acompañados de una fuerte picazón por todo el cuerpo y terminó, la experiencia digo, como un carrusel de melancolías aunadas por la debilidad del hombre.
La reacción fue inmediata, supuse por la ligereza con que se propagó. Así que no tuve más remedio que salir del piso, dejar la biblioteca a solas, desacompañar a mis papeles de entonces y, por supuesto, abandonar la lectura que de un tiempo a esta parte vengo digiriendo. Siguieron las erupciones cutáneas propalando por mi epidermis la extraña sensación de una metamorfosis en vivo, de una transmutación de mi cuerpo a algo parecido a la piel de un reptil. Por unos instantes parecía que me estuviera invadiendo una posesión zoológica que no dejaba que mi cuerpo funcionara como es debido, ni que mi cabeza siguiera razonando como era costumbre. Una vez en el hospital, pude apreciar las erupciones que la muerte aguarda para nosotros: gente enferma y pálida como un saludo final. Sin embargo, y en la sala de espera, no paró de resonar en mis adentros las líneas que ratos antes había leído de Juan Benet en Volverás a Región. Recordé con una claridad meridiana las descripciones de esos páramos, veredas o cañadas reales inundados del solipsismo más tozudo y de una frigidez oceánica. Aún no logro recordar por qué aparecieron las líneas de ese libro en esos momentos, pero creo que rápidamente intenté atestiguar su presencia y relacionarlas conmigo dado el cambio de región en mi piel. Obviamente, no pienso que volver a la región que se dibujó en mis cueros sea una idea clarificadora, pero motivado por ello, comencé a contar el número de sarpullidos con la intención de encontrar un paralelismo entre “Región” y mi región efímera.
El esfuerzo fue en vano. Me aburrí pronto en la tarea, sobre todo porque era difícil mantener la concentración en esos estados febriles y, sobre todo, porque tampoco había hecho acopio de los lugares o veredas de la región benetiana. No era posible la comparación.
A pesar de la imposibilidad, del posterior pinchazo de la enfermera en mi trasero, el mareo repentino, la pastilla apaciguadora y la entrevista con el doctor, logré encontrar en esa suerte de analogía un alumbramiento. Supuse que si en un futuro me volviesen a brotar esas malditas erupciones cutáneas no lo harían por los mismos sitios y adquiriendo las mismas formas. A Región tampoco vuelve uno de la misma manera y por los mismos caminos. “Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real – porque el moderno dejó de serlo- se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable”. Entendí que Benet nunca estuvo en Región y que ésta es solo producto de la ficción. Mis erupciones desaparecieron, ¿acaso no lo son, ficción digo, ahora en la memoria?
La reacción fue inmediata, supuse por la ligereza con que se propagó. Así que no tuve más remedio que salir del piso, dejar la biblioteca a solas, desacompañar a mis papeles de entonces y, por supuesto, abandonar la lectura que de un tiempo a esta parte vengo digiriendo. Siguieron las erupciones cutáneas propalando por mi epidermis la extraña sensación de una metamorfosis en vivo, de una transmutación de mi cuerpo a algo parecido a la piel de un reptil. Por unos instantes parecía que me estuviera invadiendo una posesión zoológica que no dejaba que mi cuerpo funcionara como es debido, ni que mi cabeza siguiera razonando como era costumbre. Una vez en el hospital, pude apreciar las erupciones que la muerte aguarda para nosotros: gente enferma y pálida como un saludo final. Sin embargo, y en la sala de espera, no paró de resonar en mis adentros las líneas que ratos antes había leído de Juan Benet en Volverás a Región. Recordé con una claridad meridiana las descripciones de esos páramos, veredas o cañadas reales inundados del solipsismo más tozudo y de una frigidez oceánica. Aún no logro recordar por qué aparecieron las líneas de ese libro en esos momentos, pero creo que rápidamente intenté atestiguar su presencia y relacionarlas conmigo dado el cambio de región en mi piel. Obviamente, no pienso que volver a la región que se dibujó en mis cueros sea una idea clarificadora, pero motivado por ello, comencé a contar el número de sarpullidos con la intención de encontrar un paralelismo entre “Región” y mi región efímera.
El esfuerzo fue en vano. Me aburrí pronto en la tarea, sobre todo porque era difícil mantener la concentración en esos estados febriles y, sobre todo, porque tampoco había hecho acopio de los lugares o veredas de la región benetiana. No era posible la comparación.
A pesar de la imposibilidad, del posterior pinchazo de la enfermera en mi trasero, el mareo repentino, la pastilla apaciguadora y la entrevista con el doctor, logré encontrar en esa suerte de analogía un alumbramiento. Supuse que si en un futuro me volviesen a brotar esas malditas erupciones cutáneas no lo harían por los mismos sitios y adquiriendo las mismas formas. A Región tampoco vuelve uno de la misma manera y por los mismos caminos. “Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo el antiguo camino real – porque el moderno dejó de serlo- se ve obligado a atravesar un pequeño y elevado desierto que parece interminable”. Entendí que Benet nunca estuvo en Región y que ésta es solo producto de la ficción. Mis erupciones desaparecieron, ¿acaso no lo son, ficción digo, ahora en la memoria?
INFORMACIÓN SANLÚCAR (semanario) 20/X/2007
Ilustración, La memoria de Magritte
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