No me reconozco en ninguno de los artículos que he escrito para este trópico. Empecé la andadura hace ya tres años, pero la sensación de inmovilidad en las palabras y de absoluta desconfianza hacía mí mismo me llevan a decir que este trópico, realmente, empieza ahora.
Después de este tiempo escribiendo no he sacado nada en claro excepto que la claridad viene del cielo y que la ebriedad es un don que no poseo. Eso es todo y es mucho, porque hay quienes dicen encontrar su tono y sus temas a medida que escriben. A mí me pasa todo lo contrario, tenía fe en algunos temas que a la postre ni siquiera me importan. Y el llamado tono es un silbo inescrutable para mis oídos.
Los asuntos son otros porque yo mismo fui otro, y en ese espacio que recorremos entre yo y yo es por donde repta nuestro pensamiento, por el sucedáneo discurrir de las dudas. Cuándo dejé de ser yo mismo es una pregunta mal planteada que consiente el revés, ¿cuándo fui yo?, ¿Acaso fui yo por un tiempo? En un puñado de palabras se perfila el ámbito de este espacio; en un puñado de palabras, por lo tanto, me disperso yo mismo en lo que supuse ser. No busqué nada, ni pretendo nada ahora, sólo escribir como animal humano que soy, leer y escribir para que mi pensamiento se vea atendido y no desfallezca mientras muero a diario. ¿Cómo decir que me encuentro a mí mismo, si ni siquiera sé lo que busco ni lo que soy?
Los asuntos son otros y se confunden porque yo mismo soy otro y confuso. “Nunca he buscado vivir mi vida/ mi vida se ha ido sin quererlo yo o no quererlo./Sólo he querido ver como si no tuviera alma/ sólo he querido ver como si fueran extraños los ojos con los que nací. Como estos “Poemas Inconjuntos” de Alberto Caeiro, siento que para ver lo que ocurre fuera de los límites del trópico debo utilizar otros ojos, otra mirada que no me incluya ni sume mis palabras. Cada mañana, cuando voy en el tren que me lleva al trabajo, se me ocurre que el destino será distinto, el verdadero, que alguna certeza que no atisbé me llevará a otros derroteros y que al fin podré observarme desde la distancia. Eso todavía no ha ocurrido, aunque con la lectura y la escritura ocurre siempre. Pretendo hacer de mí otra voz que me recupere y me levante del suelo a lengüetazos.
Esta mañana corté una naranja por la mitad y resultaron dos partes desiguales: una cáscara, una sustancia, la acidez de los días. Qué más esperar de esta metamorfosis, me alegré de ver con los ojos y no con las páginas que había leído, aunque ahora lo escriba y convierta la naranja en página, en mitad, en cáscara, en nada de nuevo.
Después de este tiempo escribiendo no he sacado nada en claro excepto que la claridad viene del cielo y que la ebriedad es un don que no poseo. Eso es todo y es mucho, porque hay quienes dicen encontrar su tono y sus temas a medida que escriben. A mí me pasa todo lo contrario, tenía fe en algunos temas que a la postre ni siquiera me importan. Y el llamado tono es un silbo inescrutable para mis oídos.
Los asuntos son otros porque yo mismo fui otro, y en ese espacio que recorremos entre yo y yo es por donde repta nuestro pensamiento, por el sucedáneo discurrir de las dudas. Cuándo dejé de ser yo mismo es una pregunta mal planteada que consiente el revés, ¿cuándo fui yo?, ¿Acaso fui yo por un tiempo? En un puñado de palabras se perfila el ámbito de este espacio; en un puñado de palabras, por lo tanto, me disperso yo mismo en lo que supuse ser. No busqué nada, ni pretendo nada ahora, sólo escribir como animal humano que soy, leer y escribir para que mi pensamiento se vea atendido y no desfallezca mientras muero a diario. ¿Cómo decir que me encuentro a mí mismo, si ni siquiera sé lo que busco ni lo que soy?
Los asuntos son otros y se confunden porque yo mismo soy otro y confuso. “Nunca he buscado vivir mi vida/ mi vida se ha ido sin quererlo yo o no quererlo./Sólo he querido ver como si no tuviera alma/ sólo he querido ver como si fueran extraños los ojos con los que nací. Como estos “Poemas Inconjuntos” de Alberto Caeiro, siento que para ver lo que ocurre fuera de los límites del trópico debo utilizar otros ojos, otra mirada que no me incluya ni sume mis palabras. Cada mañana, cuando voy en el tren que me lleva al trabajo, se me ocurre que el destino será distinto, el verdadero, que alguna certeza que no atisbé me llevará a otros derroteros y que al fin podré observarme desde la distancia. Eso todavía no ha ocurrido, aunque con la lectura y la escritura ocurre siempre. Pretendo hacer de mí otra voz que me recupere y me levante del suelo a lengüetazos.
Esta mañana corté una naranja por la mitad y resultaron dos partes desiguales: una cáscara, una sustancia, la acidez de los días. Qué más esperar de esta metamorfosis, me alegré de ver con los ojos y no con las páginas que había leído, aunque ahora lo escriba y convierta la naranja en página, en mitad, en cáscara, en nada de nuevo.
(Ilustración, "Dalí Dalí")
¡Qué bueno! Mirando ese espejo que pinta Dalí me imagino a alguien que se pintara haciendo una copia del cuadro de Salvador...
ResponderEliminarNo creo que dejemos de ser algo para ser otros. Llevo años buscando el punto de inflexión de esa metamorfosis. El yo acaba convirtiéndose en una multitud de egos diseminados en el tiempo, a veces cambiantes, a veces circulares. Soy yo, y todos mis yos, pues alguna vez los he sido. Al fin y al cabo sé es lo que se ha sido, lo que se está siendo, y no sé hasta qué punto lo que se quiere ser.
me recordaste a un poema de mi virgilio (sí, soy pesado hasta decir basta):
ResponderEliminar"Quien soy"
Poco importa mi nombre, y mucho menos mi edad.
No he de enumerar la caída del pelo ni decir “encanezco”.
Tan sólo una sencilla confesión: no tengo ni un perro acompañante,
y tengo cantidad de soledad que regalar.