A pesar de que me encuentro en la mitad de Veneno y sombra y adiós, de Javier Marías, no puedo dejar de escribir y exhalar elogios por donde escribo o ululo. De todas formas, como las obras cimeras de la literatura, consiente el libro que uno lo espigue por donde mejor le plazca o por donde le venga en gana. Ocurre esto en los tres volúmenes que completan Tu rostro mañana, como con El Quijote, Kafka, Musil, Proust, Joyce, Borges... No necesita de antecedentes para que la lectura despliegue lo mejor de la prosa hispánica de este siglo y le dé a la caza alcance. Porque los rostros que va configurando Marías se sostienen en el trabajo minucioso que ha empleado en el lenguaje. Son solo dos o tres o cuatro situaciones las que aguantan el peso de la narración, pero vienen jalonadas por su personalísima forma de escribir, hipnótica y templada. Las reflexiones, los pensamientos, las figuraciones que proyecta el narrador sobre lo que acontece a su alrededor va tomando forma gracias al estilo con que Marías ha escrito estas páginas. Ya Corazón tan blanco propició el advenimiento de un prodigio; ahora el prodigio es una novela que añoro antes de terminar su lectura, Tu rostro mañana: “Es extraño e incongruente el proceso de las nostalgias, o del echar de menos, tanto si es por ausencia como por abandono o por muerte. Uno cree al principio que no puede vivir sin alguien o alejado de alguien, la pena inicial es tan afilada y constante que se siente como un hundimiento sin límite o como una lanza interminable que avanza, porque cada minuto de privación cuenta y pesa, se hace notar y se nos atraganta, y uno sólo espera que pasen las horas del día a sabiendas de que su paso no nos llevará nada nuevo sino a más espera de más espera".
(Ilustración, manuscrito de Tu rostro mañana, II. Baile y Sueño)
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