miércoles, 5 de marzo de 2014

HOY me siento un Proteo (Tito) Liviano Zurbano. Como el personaje de Galdós, todo me resulta una luminaria de sinrazones. Trastoco los conceptos de tiempo y espacio; me arrojo al qué del mundo, de mí mismo, y todo me resulta una incertidumbre. Sueño, respiro en el centro del bosque, leo. También observo a E. desde hace unos días con demasiada atención. Quizás sea esa confrontación entre lo nonato para sus ojos y lo transido y fosilizado para mí cómo el mundo me trastoca y martiriza. Un Prometeo encadenado me siento cada vez que la tarde recoge sus herrajes y se desploma el día hasta no se sabe cuándo. 

Con más ahínco, cada vez creo que el mundo es un símbolo. Todo él. "Percepción de la sombra" lo llamaba C. G. Jung. 

La foto es inconmensurable. Se muestra Leon con las manos entrelazadas, ataviado de un ropaje de campesino pero, sobre todo, con el rostro cargado de la cercanía al terruño. La foto está tomada en 1899, en la casa de Jamóvniki. Lleva una suerte de delantal desaliñado y colmado de mugre (parece tierra incrustada, albero mezclado con la arenilla que desprende el fruto al ser extraído de la tierra), como si hubiera estado toda el mediodía en la siembra y en la recolección. En este punto, Tolstói es la encarnación de las Geórgicas de Virgilio y pudiera decirse que, en el jugo de esas manos, bien pudiera condensarse la cifra de la valía de un hombre en la tierra. Machado afirmaba: "Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre". 

Al tiempo, en ese mismo año, justamente un 18 de diciembre anota en sus Diarios: "Se dice con frecuencia: `Este pensamiento es muy profundo, y por lo tanto no es del todo comprensible´. Falso. Al contrario. Todo lo que profundo es claro hasta la transparencia".  Como Jano, Tólstoi supo interpretar su condición de hombre demediado, del que profesa el amor a la tierra desde sus propios rudimentos y al hombre sencillo y el que detiene sus paso ante el zumbido inalterable de lo bello.