lunes, 24 de marzo de 2014

"THE best words in the best order", Coleridge.

*** 

Me envía Darío Villanueva su libro La poética de la lectura en Quevedo. Viene con una dedicatoria cariñosa y cercana; me quedo toda la tarde leyendo el libelo, sobre todo, la interpretación que realiza del soneto de Quevedo titulado "Desde la Torre":

[...]
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
[...]

En esos momentos, me dirijo a las baldas en que descansan los libros de crítica literaria, de filología. Observo los años de edición de los mismos, casi todos en la ínclita editorial Gredos y reflexiono sobre el devenir de los críticos literarios, de los estudiosos y de la algarabía actual que todo lo mezcla en una tabula rasa infame. Siempre he tenido por propia la consigna del polígrafo mejicano Alfonso Reyes cuando afirmaba que la filología era el arte de leer despacio. Una filología bien entendida, en su sentido recto y ampuloso como fervor por el estudio parsimonioso de la palabra; de la palabra y sus significaciones, de su transmisión ancestral como el cuerpo tallado por el curso del tiempo de la palabra poética, dadora de bellas realidades y sugestivos mundos. 
Huelga decir que el estudio apasionado de la literatura por la literatura ha quedado en estos libros que menciono y que, más allá de sus defectos y sus anacronismos, superan con mucho lo que en la actualidad ofrecen los supuestos lectores de privilegio, los reseñadores de oficio de libros interesados. 

*** 

Últimamente me atrae el concepto de Gadamer, "vivencia estética". Consiste en evidenciar cómo la experiencia literaria vuelve a referenciar, renovadamente la existencia del hombre que fue lector. Todo ello provoca, en términos del autor de Verdad y método, una "fusión de horizontes".