Hoy vamos a ser claros. Es difícil (y obsceno) escribir, máxime cuando se tiene que cumplir semanalmente y en un semanario local. Escribir es difícil, aunque se publiquen más libros que nunca, y todas esas milongas. Muy difícil, cada vez más. Sin embargo, se piensa que el artículo de periódico tiene que cumplir con las tullidas expectativas del día a día, de la frescura caduca de los acontecimientos. Por ello, cada uno, con su estilo, sus influencias, sus inclinaciones, etc. empieza a criar una idea que hable acerca de un problema actual. Incluso algunos opinan que los artículos tienen que ser claros, sencillos, y cercanos a los lectores.
Están muy bien esas opiniones que algunos lanzan como dardos certeros. Toda opinión es digna de consideración, pero también tiene uno la necesidad de dejar a las claras cuáles son las suyas. El que escribe, normalmente, intenta opinar a pelo, en seco, sin más pretensión lingüística y estética que la cercanía a unas siglas políticas u otras. Y es esta circunstancia la que más se aleja de mis pretensiones. En este sentido, se alternan los articulistas que son voceros de siglas políticas, los que hacen de sus vanaglorias una historia personal del fracaso, los que se atreven a sentar la cátedra absoluta de la verdad, los que persiguen los ideales religiosos como posesos de lo bueno, los que vierten en sus artículos la incapacidad de sus entendederas, los que viven de la renta, es decir, los que fueron y ya no son, los que leen un libro y se piensan sabios, los que no han leído en su vida, los que andan mostrando al vulgo sus saberes acumulados y los que desde la taberna pretenden la eternidad, etc.
Hay semanas en las que el articulista se siente como un niño con su caja de juguetes, por mucho que rebusque siempre tiene los mismos. Así el articulista, por mucho que rebusque e indague siempre terminan acercándose a sus demonios personales, las constantes de su prosa. Y entonces, cuando se poseen dos o tres o cuatro temas, no más, con Borges, entonces, digo, se tiene que hurgar en las entrañas de esos temas hasta sobrepasar los límites que lo prefiguran. Y eso se consigue con la lengua, se trabaja con la idea y se aúna en la escritura. Por lo tanto, cuando hablan de que el articulista es claro y sencillo no sé bien a qué se están refiriendo, si a que sus ideas son endebles o a que su prosa es débil y pobre. Los grandes del periódico son los que con sus temas hicieron una forma de escribirlos.
Están muy bien esas opiniones que algunos lanzan como dardos certeros. Toda opinión es digna de consideración, pero también tiene uno la necesidad de dejar a las claras cuáles son las suyas. El que escribe, normalmente, intenta opinar a pelo, en seco, sin más pretensión lingüística y estética que la cercanía a unas siglas políticas u otras. Y es esta circunstancia la que más se aleja de mis pretensiones. En este sentido, se alternan los articulistas que son voceros de siglas políticas, los que hacen de sus vanaglorias una historia personal del fracaso, los que se atreven a sentar la cátedra absoluta de la verdad, los que persiguen los ideales religiosos como posesos de lo bueno, los que vierten en sus artículos la incapacidad de sus entendederas, los que viven de la renta, es decir, los que fueron y ya no son, los que leen un libro y se piensan sabios, los que no han leído en su vida, los que andan mostrando al vulgo sus saberes acumulados y los que desde la taberna pretenden la eternidad, etc.
Hay semanas en las que el articulista se siente como un niño con su caja de juguetes, por mucho que rebusque siempre tiene los mismos. Así el articulista, por mucho que rebusque e indague siempre terminan acercándose a sus demonios personales, las constantes de su prosa. Y entonces, cuando se poseen dos o tres o cuatro temas, no más, con Borges, entonces, digo, se tiene que hurgar en las entrañas de esos temas hasta sobrepasar los límites que lo prefiguran. Y eso se consigue con la lengua, se trabaja con la idea y se aúna en la escritura. Por lo tanto, cuando hablan de que el articulista es claro y sencillo no sé bien a qué se están refiriendo, si a que sus ideas son endebles o a que su prosa es débil y pobre. Los grandes del periódico son los que con sus temas hicieron una forma de escribirlos.
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