Rescatar las vidas pasadas es como tomar un terrón de albariza en las manos. Tan solo al sostenerlo la arena comienza a perder la forma, a desarenarse entre los dedos, a precipitar su sustancia en mero componente imposible de volver a su concierto. De manera que si intentamos rescatar la memoria a través de una legislación, no haremos más que comprobar que los recuerdos son meras insinuaciones, imágenes precipitadas al abismo de lo inmediato. Es decir, los recuerdos configuran ese estadio de las imágenes que pretendemos alzar a verdad, cuando en pocos casos concretamos sus asideros verosímiles. Estipulamos, incluso, una pretensión de Bien y Verdad para esos recuerdos que hierven en la memoria. En este respecto, la literatura ha esclarecido que la biografía es un sucedáneo de la ficción o, más bien, que la ficción es el envés de la biografía.
Si beatifican la muerte de una serie de religiosos están dividiendo la memoria en dos mitades irreconciliables e innecesariamente sesgadas. La impronta que la religión católica está inyectando en sus actuaciones se acerca, cada vez más, a un fundamentalismo rayano en la costumbre de las sociedades arcaicas. Un chamán desde el Vaticano estipula que sus muertes son más importantes y significativas que cualquier otra por la simple razón de que son religiosos, esto es, poseen una creencia. Pero una creencia dirigida e impuesta, en la que no cabe ningún tipo de discrepancia so pena de ser extraviado de la verdad. De siempre, la religión se cree en posesión de una Verdad universal que siquiera conocen o , así parece, no hacen el intento de ir en su busca; parten, más bien, de la seguridad de encontrarse en ella. Es un mal endémico de estos tiempos defender las verdades, es un síntoma de sinrazón y mentalidad obstruida por la soberbia humana.
En este sentido, se está iniciando una reconciliación con tiempos pasados en que “tiempo” y “pasado” no son términos convenidos por los ciudadanos, sino que se proyecta una propuesta “política” muy apegada a una manera de entenderla, entre otras posibles. Es denigrante que el “pasado” quede resumido y macerado a la manera que la visión de una entidad política o religiosa proponga. ¿Acaso murieron, unos y otros, todos, en defensa de alguna institución; no fueron las instituciones y entes ideológicos quienes arrojaron al campo la dignidad, la honra ya enervada de campesinos, trabajadores y libre andantes por causas inocuas a sus vidas?
En estos ajustes de cuentas, en estos restablecimientos “legales” o “espirituales” con otros tiempos poco importa el conocimiento de la Historia; así que mientras unos revisen los acontecimientos estableciendo leyes de memoria y otros beatifiquen en sus sedes, sigamos leyendo, escuchando a familiares y buscando el surco que conduce a una verdad de la que sólo sabemos cómo acercarnos, palparla u olisquearla. No se impone el pasado a los hombres como tampoco se debe imponer el futuro, es decir, la visión de ambos compuestos del hombre.
Si beatifican la muerte de una serie de religiosos están dividiendo la memoria en dos mitades irreconciliables e innecesariamente sesgadas. La impronta que la religión católica está inyectando en sus actuaciones se acerca, cada vez más, a un fundamentalismo rayano en la costumbre de las sociedades arcaicas. Un chamán desde el Vaticano estipula que sus muertes son más importantes y significativas que cualquier otra por la simple razón de que son religiosos, esto es, poseen una creencia. Pero una creencia dirigida e impuesta, en la que no cabe ningún tipo de discrepancia so pena de ser extraviado de la verdad. De siempre, la religión se cree en posesión de una Verdad universal que siquiera conocen o , así parece, no hacen el intento de ir en su busca; parten, más bien, de la seguridad de encontrarse en ella. Es un mal endémico de estos tiempos defender las verdades, es un síntoma de sinrazón y mentalidad obstruida por la soberbia humana.
En este sentido, se está iniciando una reconciliación con tiempos pasados en que “tiempo” y “pasado” no son términos convenidos por los ciudadanos, sino que se proyecta una propuesta “política” muy apegada a una manera de entenderla, entre otras posibles. Es denigrante que el “pasado” quede resumido y macerado a la manera que la visión de una entidad política o religiosa proponga. ¿Acaso murieron, unos y otros, todos, en defensa de alguna institución; no fueron las instituciones y entes ideológicos quienes arrojaron al campo la dignidad, la honra ya enervada de campesinos, trabajadores y libre andantes por causas inocuas a sus vidas?
En estos ajustes de cuentas, en estos restablecimientos “legales” o “espirituales” con otros tiempos poco importa el conocimiento de la Historia; así que mientras unos revisen los acontecimientos estableciendo leyes de memoria y otros beatifiquen en sus sedes, sigamos leyendo, escuchando a familiares y buscando el surco que conduce a una verdad de la que sólo sabemos cómo acercarnos, palparla u olisquearla. No se impone el pasado a los hombres como tampoco se debe imponer el futuro, es decir, la visión de ambos compuestos del hombre.
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