A LO MEJOR, lector, cuando estés leyendo estas letras te encuentras sentado en el sillón de tu casa intentando descansar después de una semana dura de trabajo. O a lo mejor estás en la barra de un bar pidiendo un vaso de vino o una cerveza mientras hojeas las primeras palabras que se dirigen a ti, como ahora, lector. No tienes por qué estar en la barra, es un decir, a lo mejor te gusta desayunar temprano, sentado al fresco, en la calle, mientras un viento tropiquero golpea tus retinas, dirigiéndose a ti. Puede que ya sea domingo, que el fin de semana esté terminando y que, debido a otros asuntos, no hayas podido leer el periódico hasta ahora, tu ahora, lector, ese que te persigue y protege del resto, el mismo que se hace tuyo, infinitamente tuyo y personal y te ahoga. O, en todo caso, guardas la costumbre de ir al quiosco a comprar la prensa del día en cuanto te levantas, llevártela contigo y ocupar con ella tu espacio en la Plaza del Cabildo, y dejarte levar por la inmensidad de suplementos que completan la catástrofe de lo cotidiano.
A lo mejor, lector, nunca has entrado al socaire de esta columna y te encuentras cómodo; o justo al contrario, esperabas una opinión formada y sólida sobre la actualidad, como es costumbre en los artículos de opinión de cualquier periódico. A lo mejor estoy equivocado y tú mismo, desde hace poco, has cambiado de tu opinión, esa que se mostrabas sólida e inamovible frente a los demás. Se me ocurre que cuando viste en casa Sostiene Pereira, con Mastroianni, o la leíste, sí, la novela de Tabucchi, empezaste a comprender que el periodismo es una suerte de dictado ideológico que duerme en las garras del poder, y que eso te provoca un rechazo inmediato. Sostienes, desde entonces, que escribir a la luz pública es una tarea expuesta a la crueldad y la incomprensión. Por eso empiezas a comprender que en este trópico la opinión siempre vaya disuelta y en afinidad con mis días, lector, como ahora que sigues leyendo la columna a pesar de no encontrarte con una denuncia abierta ni con un nombre de político ni con las siglas del partido que votaste no hace mucho.
A lo mejor, lector, en tu confederación de almas la que se impone ahora es otra, otra distinta que te lleva a mal decir la postura hierática y cretina de los políticos. Y eso mismo lo llevas a la lectura, y dejas de leer a los que escriben siempre la misma canción o simplemente lo lees con una sonrisa, la de ver un ridículo sin querer dejar de mirarlo. A lo mejor, lector, estás sentado en el sillón de tu casa, en un bar o en casa de unos amigos. No olvides que cuando acabes de leer debes lanzarles una sonrisa, la que nos sostiene como humanos.
A lo mejor, lector, nunca has entrado al socaire de esta columna y te encuentras cómodo; o justo al contrario, esperabas una opinión formada y sólida sobre la actualidad, como es costumbre en los artículos de opinión de cualquier periódico. A lo mejor estoy equivocado y tú mismo, desde hace poco, has cambiado de tu opinión, esa que se mostrabas sólida e inamovible frente a los demás. Se me ocurre que cuando viste en casa Sostiene Pereira, con Mastroianni, o la leíste, sí, la novela de Tabucchi, empezaste a comprender que el periodismo es una suerte de dictado ideológico que duerme en las garras del poder, y que eso te provoca un rechazo inmediato. Sostienes, desde entonces, que escribir a la luz pública es una tarea expuesta a la crueldad y la incomprensión. Por eso empiezas a comprender que en este trópico la opinión siempre vaya disuelta y en afinidad con mis días, lector, como ahora que sigues leyendo la columna a pesar de no encontrarte con una denuncia abierta ni con un nombre de político ni con las siglas del partido que votaste no hace mucho.
A lo mejor, lector, en tu confederación de almas la que se impone ahora es otra, otra distinta que te lleva a mal decir la postura hierática y cretina de los políticos. Y eso mismo lo llevas a la lectura, y dejas de leer a los que escriben siempre la misma canción o simplemente lo lees con una sonrisa, la de ver un ridículo sin querer dejar de mirarlo. A lo mejor, lector, estás sentado en el sillón de tu casa, en un bar o en casa de unos amigos. No olvides que cuando acabes de leer debes lanzarles una sonrisa, la que nos sostiene como humanos.
Pues amado Tomás, estaba en mi dormitorio, frente al ordenador, haciendo de voyeur cibernético, y esbozando una sonrisa al final de tu texto. Por cierto, deseando estoy de probar esas torrijas con manzanilla!
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