sábado, 12 de abril de 2008

DEMONIOS PERSONALES

NO ES LA PRIMERA vez que me ocurre ni tampoco la vez primera que me paro a pensar en ello. Sucede que, a menudo, nos encontramos con compañeros de trabajo, antiguos amigos de la infancia o nuevos conocidos que sostienen durante horas una conversación agradable y distendida sobre los temas que siempre nos obsesionan. Y eso es lo primero, siempre hay unos temas que nos forman y presentan al mundo, unos demonios personales
-como dice Vargas Llosa- que nos sacuden diariamente y que durarán, así lo creo, hasta el final de nuestros días. Hay quien ama la contemplación de la naturaleza, el ejercicio físico, la costura, la mecánica, el paseo por las tardes, la lectura o la escritura, aunque estas dos últimas van siempre unidas. Todos comparten una constante, la necesidad inevitable de desarrollar la vida en el cobijo de las mismas.
No hace mucho me encontré con Gallardo por las escaleras. Bajaba meditabundo, pero tocado por cierto garbo de origen literario. Cuando dos lectores se encuentran, poco les interesa dar testimonio de su vida, sus costumbres o sus miserias. Se convierten en dos niños que quieren intercambiar los cromos que les faltan, en dos compañeros que necesitan provocar de inmediato la respuesta del otro cargada de títulos, autores y referencias. Así ocurrió. Me dijo Gallardoski que venía de una fiesta aldeana de la mano de Góngora. Me estuvo comentando que se había quedado hipnotizado por la algarabía que tenía formada sobre su escritorio al ritmo de los versos gongorinos de los Romances.
No hace mucho recibí una llamada telefónica de un amigo que me dio un disgusto. Un disgusto grande y que todavía lo resiento. Se iba a París a pasar un fin de semana. Y París (como no se acaba nunca, como es una fiesta, como supuso tanto y es tanto para tantas cosas necesarias de mi vida…) es uno de esos temas a los que me agarro como un mástil en un barco que se hunde. La vida que se hunde.
No hace mucho un amigo defendía enérgicamente, rodeado de ginebra, que uno debía tomar una sola cosa en la vida pero hasta el final, volcado en ella sin ataduras de ningún tipo y sin esperas innecesarias. Él hablaba de la escritura, de escribir, escribir, escribir. Y yo quedé enredado en esa reflexión que además tenía una fuente y unos defensores identificables, Shopenhauer al alimón con Cernuda.
Una cosa parecida es la que nos ocurre a nosotros aquí, en este trópico, cada semana. Nos encontramos a sabiendas de los temas de siempre, de los demonios que me recorren. Es cierto, escribir se ha convertido en un tema recurrente al que acudo demasiadas veces, un mirador desde donde contemplo el mundo para rehacerlo, como se rehace el atardecer cada día desde desde el Sacré-Coeur en Monmartre.

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