LOS PARTIDOS políticos se están quedando tan vacíos, tan desustanciados e inertes que sólo se espera de ellos lo que ocurre, la sucesión de batallas entre egos encrespados. Yo me sonrío con los que todavía defienden la utopía comunista en la izquierda, pero me parto de la risa con los que abogan por la derecha liberal. Y adjetivo “liberal” porque esta palabra se puede aplicar a cualquier estamento de la política, venga uno de los totalitarismos o de la granja de su abuelo. Los partidos políticos se están quedando con la siembra de hace unos años y con la formación que le ofrecen a los ciudadanos.
Un ejemplo flagrante es la concepción que los dos partidos mayoritarios tienen del mismo país en que viven. Unos abogan por reivindicar una nacionalidad común, la española, como punta de lanza para atacar a los que se declinan por otra forma de división nacional que aún no tenemos clara. Lo español, la bandera española, el sentir de la nación es lo que nos hace diferentes y singulares, dicen ellos. Todo lo que no sea esta interpretación provoca la ruptura de España y su quebrantamiento. Los otros juegan a regalarles a los nacionalistas la idea de que serán ellos los que puedan tener sus nacionalidades a salvo, siempre y cuando el rédito político sea efectivo, aunque en las últimas actuaciones socialistas ya se está viendo cierto desapego hacia estas posturas independentistas.
Para colmo de males, los medios de comunicación son los delfines que desarrollan para el público las unidireccionales interpretaciones de lo que ocurre en los partidos y lo que estos hacen. Son ellos los que han creado el imaginario colectivo de lo “políticamente correcto”. Ciertamente hay diferencias entre las palabras que algunos utilizan y los otros, pero a fin de cuentas todos ellos se nutren de la ceguedad absoluta que las siglas políticas de turno les imprime en una suerte de intereses creados, quid pro quo.
De esta forma, me irrita la maledicencia de los que defienden a los socialistas a rajatabla, sea cual sea su actuación, sólo porque los otros son derechones y fachas; y me exaspera los que arriman sus argumentos a los populares porque la hegemonía socialista todavía se mantiene tras muchos décadas. Esto es, los unos y los otros, obcecados en hacer de esta tierra un reducto para dos partidos; dos sesgos que debieran empezar ya a mirar al Estado que los sustenta y a pensar en hacer de la política un instrumento que beneficie a los ciudadanos de ese Estado y no a los intereses propios.
Nunca nadie deja de intentar sonsacarte alguna opinión o alguna interpretación de lo que sucede a diario o de lo que se lee en la prensa. Los hay exaltados de las causas que quieren arrasar con todas las posibilidades. Y es curioso el hecho de que los nuevos problemas siempre son efectos de antiguas causas, vamos, que si el país va bien es por lo que hicieron los del gobierno anterior y si va mal es porque ellos lo han llevado a la ruina. Una ruina es la vacuidad actual en las palabras de los políticos, un vacío demasiado sonoro, un discurso almendrado con demasiadas palabras que remiten a la soledad sonora de la falta de ideales.
Un ejemplo flagrante es la concepción que los dos partidos mayoritarios tienen del mismo país en que viven. Unos abogan por reivindicar una nacionalidad común, la española, como punta de lanza para atacar a los que se declinan por otra forma de división nacional que aún no tenemos clara. Lo español, la bandera española, el sentir de la nación es lo que nos hace diferentes y singulares, dicen ellos. Todo lo que no sea esta interpretación provoca la ruptura de España y su quebrantamiento. Los otros juegan a regalarles a los nacionalistas la idea de que serán ellos los que puedan tener sus nacionalidades a salvo, siempre y cuando el rédito político sea efectivo, aunque en las últimas actuaciones socialistas ya se está viendo cierto desapego hacia estas posturas independentistas.
Para colmo de males, los medios de comunicación son los delfines que desarrollan para el público las unidireccionales interpretaciones de lo que ocurre en los partidos y lo que estos hacen. Son ellos los que han creado el imaginario colectivo de lo “políticamente correcto”. Ciertamente hay diferencias entre las palabras que algunos utilizan y los otros, pero a fin de cuentas todos ellos se nutren de la ceguedad absoluta que las siglas políticas de turno les imprime en una suerte de intereses creados, quid pro quo.
De esta forma, me irrita la maledicencia de los que defienden a los socialistas a rajatabla, sea cual sea su actuación, sólo porque los otros son derechones y fachas; y me exaspera los que arriman sus argumentos a los populares porque la hegemonía socialista todavía se mantiene tras muchos décadas. Esto es, los unos y los otros, obcecados en hacer de esta tierra un reducto para dos partidos; dos sesgos que debieran empezar ya a mirar al Estado que los sustenta y a pensar en hacer de la política un instrumento que beneficie a los ciudadanos de ese Estado y no a los intereses propios.
Nunca nadie deja de intentar sonsacarte alguna opinión o alguna interpretación de lo que sucede a diario o de lo que se lee en la prensa. Los hay exaltados de las causas que quieren arrasar con todas las posibilidades. Y es curioso el hecho de que los nuevos problemas siempre son efectos de antiguas causas, vamos, que si el país va bien es por lo que hicieron los del gobierno anterior y si va mal es porque ellos lo han llevado a la ruina. Una ruina es la vacuidad actual en las palabras de los políticos, un vacío demasiado sonoro, un discurso almendrado con demasiadas palabras que remiten a la soledad sonora de la falta de ideales.
Contigo estoy, Rafael, aunque no sé si los buenos de Cicerón cambiarían algo en esta espiral de egos y buitres. Más bien, el discurso implica y demuestra -y esto es interesantísimo para la pragmática- que no tiene discurso, que no hay discurso como tal. En cuanto al respaldo...esos enigmas de la democracia. Saludos.
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