viernes, 28 de diciembre de 2012

ESTÁBAMOS esta mañana en Ronda. La luz golpeaba sobre la piedra en un estallido impropio para los meses de invierno. E. reía, reía con cada uno de lo saltos que soportaba su carro cuando lo arrastrábamos sobre el suelo de piedras. 

Llevaba conmigo un libro de poemas que no quise abrir hasta que no llegáramos al Hotel Reina Victoria, el hotel en que Rilke se hospedó en Ronda. Pedimos dos cafés mientras E., disfrutaba de una plácida siesta. Hablábamos M.C. y uno de las Elegías de Rilke, de los paseos por el castillo de Duino que compartimos, hablábamos de Trieste. De cómo la lectura de esos versos trastocaron la percepción de lo poético profundamente.  

El libro de poemas que llevaba era de Hermann Broch. Es la poesía completa, titulada En mitad de la vida (Gedichte). Le leí a M.C. el primer poema, "Misterio matemático", y los dos estuvimos en silencio largo tiempo ante la evidencia:

Con mesura se abre lo inconsciente
y en lo infinito el mundo alza su vuelo. 

[...]

El Yo, pr fuerza, ha de reconocer 
que el sol contiene la verdad en la forma
y puede consumirse en esta llama fría.