martes, 18 de diciembre de 2012

UN poeta de este tiempo dice: "La poesía no vive al margen de la realidad, sino que aspira a ser realidad". Podría uno matizar esta afirmación con demsiadas palabras, pero prefiere uno quedar callado ante tal exabrupto. Porque, en ocasiones, conviene mantenerse al margen de las actuaciones de los que creen estar en posesión de la poesía y de la verdad poética cuando, más bien, ellos mismos están poseídos y en posesión del mercado y de los discursos grupales. Nada más lejos de esta nota que introducir en este cuaderno algunas afirmaciones de los contemporáneos, de los que viven estos mismos años, estas mismas realidades sociales para contemplarlas. Porque también las palabras son contemplaciones. 

Afirmaciones de este tipo no vienen sino a confirmar el estado de conciencia sobre la poesía. Quizás, el daño y la malevolencia implícita en este tipo de asertos son ajenas para el poeta que las prescribe, pero no puedo tener por respuesta más que esta contemplación, pues las contemplaciones pueden derivar, las más de las veces, a un sucedáneo tan alejado de la esencia, tan vituperado por el hombre que pudiera confundirnos en una egolatría banal y sinsentido. 

Escribo estas líneas como un métdo de defensa, como si quisiera establecer la trinchera conceptual en la que no deseo incursiones ideológicas. Estar solo y en silencio es el estado del mundo para el poeta, la realidad para el poeta,  y si dicen los bardos actuales que la poesía aspira a ser realidad, no puedo más que volver a leer a Descartes y a Platón y a sentir con la cabeza mientras esbozo una sonrisa. 

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 Ayer por la mañana me alegré muchísimo, ya que Siltolá publicará, en breve, un libro inédito de Juan Ramón Jiménez titulado Idilios. Qué grandeza y qué consciencia hay en toda la palabra de J.R.J., pues considero toda su Obra como una corriente continua cuyos límites deseados y deseantes anchuran las realidades del lector. Qué diferencia entre creer que la poesía aspira a la realidad y evidenciar que la realidad es migaja para la poesía cuand esta la nombra y la establece. 
  
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E. es la suma contemplación, claro está, la que ha motivado la aparición de esta vertiente del Trópico. Ella es la que recoge todas las contemplaciones verdaderas: su voz balbuceante, su piel renacentista, sus ojos de aurora en la noche, su olor a vida y a trigo limpio, su presencia cargada de verdades y de símbolos. E. es la contemplación de mí mismo, en ella advierto todas mis carencias y todas las mentiras que vamos acumulando con el tiempo. 
Escribí, hace poco, que un grito de E. contiene más verdad que un poema contemporáneo. Y lo escribí porque cuando E. silabea está metafrizándome, haciéndonos a los presentes una conjura desde el origen: ella nos trae el ritmo desde el silencio, desde el nonato verbo, de donde los poetas no debieron alejarse jamás.