jueves, 20 de diciembre de 2012

LO decíamos hace unos años, las bitácoras no eran literatura. Comenzaron a surgir como lo podría haber hecho cualquier otro formato. Y, ahora, mucho menos, cuando los escritores suceden poco más que testimonios, como este mismo, repletos de nimiedades. Habría que cerrarlas todas, para ir mundanizando la realidad y para, en alguna charla, comprobar que en silencio y en soledad la literatura posee el ritmo del mundo, el largo meditar de las encinas. 

Escasea entre los poetas el verdadero diálogo, el que se aleja de preceptos establecidos y de opiniones grupales. El diálogo de pareceres forjados en silencio y mostrados, con todos sus materiales, en bruto, frente a un interlocutor que los matice, que los vuelva irreconocibles. No de otra manera el poeta trastocará su pensamiento y tomará la medida (pobre) de sus pareceres. 


Alguien me cuestiona la posibilidad de seguir leyendo y escribiendo con E. en el mundo. Le digo que E. ha traido la verdad más grande y preclara que he tenido en mi vida sobre la literatura. Leo, escribo com no lo había hecho nunca antes, con la plenitud en la consciencia de ser algo en nada, de estar silabeando el curso de un río inmenso y anchuroso que no me pertenece, al que no pertenezco y que llamamos, por convención, poesía. E. me ha individualizado y eso conlleva una consciencia de la mortalidad ajustada a la vida. Su vida se ha vertido en la mía con su sola presencia. 

Me invade una consciencia de que la tarea de la escritura estaba demasiado cerca de mí mismo. Leer, leer es un ejercicio de virtud, es un acto de solemnidad con la humanidad, pues en la página estamos todos los lectores convocando el sonido de las grafías.  


En el cuaderno que me regaló J.S.M., Actos de templanza, escribí esta madrugada: "Un acto de templanza con E.: escuchábamos la música de Beethoven, Romanza para violín y orquesta en Fa mayor opus 50, agarrados, moviéndonos armónicamente. M.C., arriba, en la casa, parecía estar dándonos su benevolencia al observarnos. E. sonreía. La luz de la tarde se había transmutado en símbolo y perplejidad".