HACE unos días mantuve un encuentro con dos antiguos compañeros de la académica-filológica fábrica de tabacos y otros asuntos sevillana. Me entusiasmó verlos de otro tiempo, forjados con otras letras, disimulados y efervescentes como las virtudes de un pájaro solitario. Uno de ellos, Diego Vaya, me regaló dos libros de poesía que le han publicado al calor de sendos premios literarios. El tema de los premios es realmente una sílaba sorda en mi vida, una grafía desgajada de todo el alfabeto poético que me interesa; un reducto, una anécdota anacrónica que poco me interesa. También es cierto que sin esos premios ni Diego hubiera publicado estos libros (aunque de inmediato me desdigo de esta afirmación y estoy seguro de que sí lo hubiera hecho), ni yo los hubiera leído y, por ende, escrito sobre ellos, que es lo quiero hacer si no termino por enredarme más.
Leí primero Un canto a ras de tierra, (I Premio de Poesía Joven La Garúa, 2006). Una cita de Vallejo y otra de Shakespeare alumbran los versos que a continuación se deslizan. El libro me gustó por la propuesta estética, por la ejecución versicular, por cesarvallejear con la libertad y la conmoción de un infante de la poesía. Luego Ovidio viene a aclarar varias betas temáticas y regustos sintácticos que, por acumulación, me distrajeron de la sorpresa iniciática. Quiero decir que cuando uno alumbra una metáfora magnífica, una comparación de escalofrío, una forma de entender la poesía singular, debe tener cuidado, porque la repetición puede convertir la genialidad en sonido hueco. Le ocurre a Juan Manuel de Prada, en especial, y a otros virgueros de la palabra.
Sin embargo, a pesar del uso singular de la sintaxis, ora latinizante ora inclinada a la inconexión, de la ausencia de puntuación, de las destacadas aspiraciones rítmicas, son dos los elementos con los que me quedo de ese libro.
Por un lado, es uno de los pocos libros que me ha llevado a recordar una novela, Las virtudes del pájaro solitario, de Juan Goytisolo; tanto en la concepción formal como en la temática, de espirales místicas, especialmente centrados en la figura de San Juan de la Cruz.
Por otro lado, los versos que cierran los poemas. Creo que el poemario de Diego Vaya puede resumirse en los versos, casi sentencias o aforismos, que los culmina. Esto no es poco para un libro de poemas.
Leí primero Un canto a ras de tierra, (I Premio de Poesía Joven La Garúa, 2006). Una cita de Vallejo y otra de Shakespeare alumbran los versos que a continuación se deslizan. El libro me gustó por la propuesta estética, por la ejecución versicular, por cesarvallejear con la libertad y la conmoción de un infante de la poesía. Luego Ovidio viene a aclarar varias betas temáticas y regustos sintácticos que, por acumulación, me distrajeron de la sorpresa iniciática. Quiero decir que cuando uno alumbra una metáfora magnífica, una comparación de escalofrío, una forma de entender la poesía singular, debe tener cuidado, porque la repetición puede convertir la genialidad en sonido hueco. Le ocurre a Juan Manuel de Prada, en especial, y a otros virgueros de la palabra.
Sin embargo, a pesar del uso singular de la sintaxis, ora latinizante ora inclinada a la inconexión, de la ausencia de puntuación, de las destacadas aspiraciones rítmicas, son dos los elementos con los que me quedo de ese libro.
Por un lado, es uno de los pocos libros que me ha llevado a recordar una novela, Las virtudes del pájaro solitario, de Juan Goytisolo; tanto en la concepción formal como en la temática, de espirales místicas, especialmente centrados en la figura de San Juan de la Cruz.
Por otro lado, los versos que cierran los poemas. Creo que el poemario de Diego Vaya puede resumirse en los versos, casi sentencias o aforismos, que los culmina. Esto no es poco para un libro de poemas.
Poco más tarde leí el Accésit del Premio Adonáis del 2007, El Libro del viento. Si antes Diego era un hombre con un canto a ras de tierra, ahora es el canto. Antes iba acompañado por la poesía, vislumbró qué era y qué le quedaba, ahora es la poesía; antes era un fugitivo de la vida que se dejó arrastar por el silbo mefistofélico de los versos, ahora es Mefistófeles. Antes jugaba con ella, ahora la crea.
Aunque es cierto que, a priori, Un canto a ras de tierra es más vivo, celular, polimórfico y seductor, me quedo, sin dudarlo, sin entrar en más apreciaciones y con esperanza y convencimiento, con la templanza del viento, con el canto proteico y mineral de estos versos, los de El Libro del Viento. Y no digo más, sólo que lean estos libros, si pueden, y que se dejen acariciar por un poeta que lleva el viento a lomos de un ciervo que cabalga con el vuelo de un pájaro.
hoy vengo a ti a entregarme, gran rozatal. magnífica reseña. y no me detengo más proque "yo tengo que ir pa'lante"
ResponderEliminarHe aquí que discrepamos críticamente. Pienso que Un canto a ras de tierra es mejor que El libro del viento, sin soslayar los aciertos de este. Pero Un Canto... es un texto muy original,"más vivo", menos convencional, donde hay más literaturalidad, si quieres, "más seductor", sin duda; para mí la mejor aportación poética de Diego.
ResponderEliminarHe ahí que te doy toda la razón, pero me sigue gustando más "El Libro del Viento".
ResponderEliminarTomás, muchas gracias por subirme a tu blog.
ResponderEliminarGracias a ti por regalarme tus libros. Saludos.
ResponderEliminarYo he leído el libro de Diego Vaya por recomendación de Manolo Arana y, fgrancamente, me ha gustado. Un día de estos tengo pensado hacerle una reseña en mi blog. Tomo nota de la otra propuesta.
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