viernes, 9 de octubre de 2009

Fiction is a pure joy.

Un alumno me dio esta mañana un justificante que acreditaba que había sido atendido por un médico. Leí el empalagoso texto (repleto de tecnicismos inadecuados para la plena comprensión por parte de los pacientes) y fue entonces cuando surgió la filosofía.
No pude más que reírme por unos momentos. Mientras tanto, los alumnos, acostumbrados a estos desvaríos, sostuvieron su atención con la mirada perpleja. Alguno pensó que me estaba mofando del malestar de tripa del alumno, antes al contrario, mi juego era semántico: estaba alegre por la trementina de las palabras.
Cuando terminé de leer el texto, les pedí que buscaran en el diccionario la palabra anamnesis, ya que aparecía como uno de los apartados del parte médico.
Rápidamente, uno de ellos levantó la mano y leyó el significado. Después de esta incursión léxica, comencé a hablarles de un tal Platón y de cómo la palabra había ido tomando distintos significados a lo largo del tiempo.
A través de la dialéctica, intenté que la anamnesis lo inundara todo, que dilatara el tiempo a través de sus bucles pretéritos. Algunos alumnos me miraban con la mirada torva, como si yo hubiera desaparecido de aquel escenario, como si estuviera ejecuntando un truco de magia, como si las cosas estuvieran sucediendo otra vez, de nuevo, como siempre.


***

Hay un libro de Muñoz Molina que guarda algunas de las mejores páginas que se han escrito sobre el fenómeno literario desde todas sus aristas. Recuerdo con nitidez una frase que Muñoz Molina trae a colación en el libro. Son unas palabras del saxofonista que creó Julio Cortázar, Johnny Carter, y que dicen: “Esta música la estoy tocando mañana”. A esta magnífica cifra de qué es la literatura para un escritor, se suman las del propio Muñoz Molina: “El escritor no quiere leer lo que ya ha escrito: quiere leer lo que aún le falta por escribir”.
Efectivamente, si tuviera que definir la literatura como escritor tendría que afirmar que la literatura es aquella novela, aquel poema o aquella obra de teatro que aún no he escrito. En ese proceso de búsqueda y transformación, el escritor es capaz, acaso, de ir tañendo las palabras que lo acercan a la armonía completa de su obra. Como el saxofonista de ficción, uno escribe con la sensación de estar acabando algo que ya pretérito, de estar mencionando acciones o pensamientos de un pasado remoto. Como una anamnesis, digo ahora, el escritor, a la hora de dotar con palabras a sus pensamientos, cae en la evidencia de que la palabra es una vida que se reconoce sólo en la ausencia. Eso sí, la ficción es pura pura alegría.

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