
Con las fotos que me envía este querido compañero me sucede lo mismo que con el sendero de Rilke. Allí estoy, aún, esperando una palabra muda, un silencio sonoro. Todavía recorro sus derroteros intrincados, repletos de ramajes y piedras. Igual que una imagen, el recuerdo es un instante. Y en este martín se condensan las horas, la tácita cuadratura de la luz hilvanada en sus manos.
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La escritura semeja una lucha constante en que los combatientes terminan vencidos y mermados. En esa progresión del espíritu, la palabra establece los ritmos de la contienda. Hay quien no puede más que levantar las banderas y proclamarse a pesar de la insuficiencia. Otros abandonan al poco del trabajo. Ahora bien, los que jamás comenzaron la lucha en la tierra batida por el sufrimiento de escribir, no saben de la fuerza de la palabra. Cioran dotó su vida de algunas cualidades que me resultan indispensables. Sobre todas ellas, la de negar la existencia. El enemigo está en casa, somos nosotros mismos. En otras palabras, las de Cioran: “Así he empezado la lucha: o la existencia o yo. Y ambos hemos salido vencidos y mermados".

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