martes, 20 de octubre de 2009

Nombres.

He visto nuestros nombres en un libro.
Es un volumen de Edgar Allan Poe
gastado por el paso de los años.
He pasado las páginas
cargadas de terror y nicotina,
porque el miedo es un recipiente,
una corriente inocua de los sentidos
o acaso un decir del silencio
que sorprende y somete a la razón.

Así, juntos, conviven en el tiempo,
en un ciclo que sólo ellos trazan.
Como labios prestos a fundirse,
he usurpado la intimidad
de aquella celulosa amarillenta
y he leído los nombres en alto
y el mundo ha vuelto a convocarse
como si nunca nadie
lo hubiera nombrado.

¿Qué dirán a escondidas de nosotros,
recordarán meditabundos
aquellas caminatas por el puerto
en Santander, en cántabra
estancia de la noche?

Nombres, designios del olvido.
Creemos proclamar nuestra existencia
con esta tinta lábil de los días.
No somos más que un magma pronunciado,
un vértice escrito en una página,
en un libro invisible, solitario,
tan mudo como el canto de una piedra.

Sólo el amor profiere estas sentencias.
Sólo el amor es certeza de la entrega.

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