martes, 19 de julio de 2011

La luz carece de relato.

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La vanidad es el mayor ripio de los poetas.

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No la busquéis ya más, no digáis cuál es su supuesta hechura, no le dediquéis más elogios ni más intransigentes palabras. Dejadla en paz, azucenos melancólicos, coro de tenores huecos, grillos enlatados de asfalto, dejadla, pues, en descanso, porque puede ser que nunca os pertenezca y que nunca la reconozcáis en soledad.

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Nunca la poesía poseerá la naturaleza de la música. Ni el poeta tendrá la evidencia de la composición polifónica, quizás la única que combate al tiempo y al espacio de la palabra. Jamás la poesía será tan absoluta como la música, ni el poeta sentirá, con la mirada de un pentagrama, la ausencia de lenguaje y de materia sobrantes, porque para el poeta la palabra es soporte limitado con origen y sueño de permanencia. La música es ya permanencia dada sin sueños ni principios.

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Por supuesto, la muerte oculta es siempre superior a cualquier muerte, a cualquier intento de palabra poética, por encima incluso de la música de los violines mojados.. De todos es el más verdadero, el menos impostado y artificioso. Si alguna vez armonizó la palabra con la idea, ocurre ahí, sin duda. Y hay en él una realidad que no aparece en ningún otro: la belleza cantada desde la impotencia, es decir, la creencia y la fidelidad hacia una belleza que, aun sin comprenderse ni asirse, se canta desde el silencio sentido. Es esto mismo a lo máximo que puede aspirar un bardo moderno. Y, por supuesto, después de esa muerte llegó el silencio, cosa inevitable y natural.

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Inesperadamente, prosigo con el poema poco a poco. Lo único que existe, de momento, es el magma y todo en él es confuso, naciente.

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