miércoles, 20 de abril de 2011

En Málaga. El cielo mantiene su perpetuo secarral de grises. Diríase que se sostiene un tono menor en estos días, una dejación de las fábulas celestiales. Con esta capota, las palabras parecen redimirse y no querer alumbrar más allá de lo preciso. Hace unos minutos, cuando en el cuarto de baño andaba lavándome las manos, he observado el remolino que se forma cuando el agua se escapa por el desagüe. Ese remolino es la vida y es este diario y acaso todo lo que fuimos deseando. Un tránsito circular, empapado de mugre y tibieza que pretende salvarse de lo inevitable.

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Apenas sensitivo, de Trapiello, va acabándose lentamente. Su lectura, como la de otros años, va fraguando una complicidad que lo lleva a uno a sentirse hospedado en un aparte del salón, a sentirse en una bancada como un espectador atento y embobado. Sus manías, sus referencias, la sintaxis que se dispone en cada página, la presencia de individuos que van citándose de continuo; el encuentro con un poeta admirado que amaba las cosas del campo, la aparición de un poeta que presentó mi libro de poesías en Sevilla y ciertas afecciones que me agradan más que disgustarme.

A pesar de que estamos en un lugar de paso, continuo con su lectura. Anoto en los márgenes reacciones ante algunos párrafos y M., muy sospechosa, me dice que este año no le voy comentando ni elogiando esos giros lingüísticos que tanto me fascinan y que en tan pocos escritores encuentro en la actualidad. Es cierto que he subrayado un buen puñado de ellos y que, cuando termine la lectura, los haré míos, como en otras ocasiones. Es el mismo ejercicio que cuando leo a Unamuno, Azorín, Valle-Inclán o Delibes, halla uno en sus páginas perlas de la lengua a las que no se me ocurre otro homenaje que volverlas a usar.

A todo esto, desde el balcón, el mar, la mar, parece que lucha en sí misma y que permanece vítrea ante el soslayo de las nubes. M. ha bajado a comprar no sé qué cosas que nos faltaban para no movernos de donde estamos tan a gusto, únicamente leyendo. Ahora, que escucho sus pasosacercándose, me he sentido como el personaje de Cortázar, perseguidor trágico, que se engola en sí mismo. Ha entrado y me ha dado un abrazo, con efusión, y en el origen de todo esto he visto un sueño del que soy apenas sensitivo.

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Así vistos, los dos, después de tantos años juntos. Todo lo que ha sido fundamental en la vida, en esta aparente vida, ha sido compartido con ella. Nos hemos confabulado, gracias a la lengua y la literatura, en una brigada independiente que ha aprendido a sobrevivir de inmediato. Cada vez me siento más compartido y menos ensimismado, más ajeno de todo lo que soy por de dentro . A veces le digo, susurrando, que quisiera poder verme en las profundidades de los ojos que me contemplan a diario.

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En una pila sobre la mesa aguardan otros volúmenes que están a la espera. Javier Marías, al que no me resisto volver a leerlo o los cuadernos de Valèry, que me traje al mar porque ellos mismos son inmensos. En la bolsa de tela que he utilizado hasta colmarla, también nos acompañan Umberto Eco, en italiano, claro está, y volúmenes de poesía y otros de ensayo. También algún libro de orden filológico y otros de filosofía.

Justo antes de partir hasta Málaga, en el salón de casa, estuve revisando la bolsa de libros que íban a acompñarnos. En esos momentos, me invade una histeria que me conduce a la hipérbole. Comienzo a coger un libro de aquí, las memorias de Casanova por allá, los poemas de Dante por otro lado, Tolstoi, Chéjov y Broch. Le siguen J.R.J y Unamuno, al que últimamente tengo en altísima estima. Cuando M. me ve, desquiciado, como un ladrón en una biblioteca, comienza a sosegarme. Piensa que…¿serás capaz?...un rosario de sentido común que me armoniza y devuelve a lo que siempre fue la vida y en lo que tanto trabajo me cuesta encauzarme.

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La poesía es lo atemporal y lo desespaciado, fenómeno en que todo se da como una totalidad sin referencias con un antes o un después, con una aquí y un allá. La poesía es total condición permanente de lo que solo podemos ubicar en ella misma. Es sin más y no conoce la eventualidad ni la sumisión. Es sin límites y en cada lectura se actualiza como el cosmos que vislumbramos solo en apariencia e insinuación.

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