sábado, 1 de julio de 2017

Villarroel, y McCullers, fumo en la pipa de Jung.

AL PASO DE LA EDAD, enunciado de Quevedo, da unidad a los textos que se agavillan en este 2017, textos que siguen como una rueca al movimiento de un individuo que las mueve. Ha pasado una década desde que comencé a dar pábulo a este diario. Como un flujo sanguíneo incombustible, la lectura ha sido la nutritiva esencia de las palabras que hubieran querido llevar al diario y, claro está, de las que han quedado. porque un diario siempre encierra más silencios que bullicios. 
Me conformo con que estas páginas hayan sido, en algún momento de gratitud, una caja de resonancia de los textos que he ido leyendo, pues así entiendo el ejercicio literario, como una transformación contemporánea del escritor con los textos que ha leído. En ese trazado personal el lector contempla que existe un territorio permanente y unos márgenes de transformación. El tiempo del lector debe actualizar la permanente esencia de la literatura.  

Para ello, cada lector traza un itinerario de lecturas que no tiene establecido previamente sino que nace y emana de los propios libros y autores que va leyendo. Al cabo de unos años, el lector observa que el laberinto comienza a ensancharse pero que solo hay un puñado de textos oraculares y numinosos que vuelven a alumbrar allí donde no había luz ni paraje. Esos textos terminan por convertirse en la propia vida y la vida en un estuario inquieto y desasosegaste de la realidad y el deseo. 

Bien valieran estas palabras de mi admirado Diego de Torres Villarroel para aplicarlas a nuestro tiempo: "Anda tan perdido el idioma castellano, que ni en la pluma ni en los labios se encuentra". No estamos ante el prurito de un filólogo y amante de la palabra, sino de un lector del corpus de una obra en un idioma. Creo que las lecturas de las obras en nuestra lengua ofrecen un arsenal inmenso de referencias y vínculos a otras realidades literarias. Desde su origen, la prosa castellana, ahora española, ha tenido su raigambre en la literatura que otras culturas han traído a nuestra península y sería muy enriquecedor seguir esa ristra de referencias culturales y literarias en autores de nuestro tiempo. La música de la prosa española tiene en los autores hispanoamericanos una factura de mezcolanza sobresaliente y ellos fueron lectores de la tradición hispánica pero también de la nueva oleada de autores americanos, lectores del Popol Vuh y de Faulkner, del Lazarillo y de Hemingway.  

Todavía creemos que cuando uno escribe tres palabras en inglés en un texto poético, que cuando introducimos el vocablo "videojuego" o "código" o "inside" nuestro texto alcanza la altura de la modernidad. Pero, ¿han leído a Pound? Y, aún más, ¿han revisado el Diario de Colón, han pasado sus retinas por los textos de San Agustín, de Quevedo, de Borges? Autores que han ofrecido el magisterio de integrarse en su tiempo desde la permanencia y no de ser apocalípticos, como diría Umberto Eco, en su tiempo. 

En esto, como en todo, las pautas sociales establecen usos que embaucan a los escritores, a los ciudadanos que leen esporádicamente y que los que poseen el mercado editorial acentúan nada más que para vender y rentabilidad su inversión. Si uno dice que Carson McCullers o Alice Munro son la esencia de la prosa sublime, los autores no leídos acuden a copiar banalmente y sin creación a esas autoras para que puedan colocar su libro en una u otra editorial. Pero, ¿han leído el ensoñado mundo prosístico de Proust, han paseo la línea de sombra de Joseph Conrad, han sucumbido al total designio de Thomas Mann, han acudido, acaso por casualidad, a Cervantes?

Anotaciones, ideas, contratiempos que anoto en este cuaderno ora de vida ora de literatura que cumple una década exactamente en este mes de julio. Cuaderno que comenzó persiguiendo lo que Jung llamaba "el camino de lo venidero" con el que el espíritu trata de integrar el sentido y el contrasentido para alcanzar el suprasentido. En ello seguimos, por siempre, como ahora, viviendo lo no vivido.