viernes, 3 de enero de 2020

En Moscú, Yasnáia Poliana y Gaspra con Tolstói leyendo a Quevedo con los ojos de Marco Aurelio.

CUANDO no escribe o se ha llevado mucho tiempo sin escribir, Leon siempre afirma que estaba leyendo. De los libros que va leyendo y que considera de calado va tomando notas, hace síntesis de sus ideas, expresa contradicciones, opina sobre algunos planteamientos, en definitiva, escribe la lectura. Sin embargo, con los libros desustanciados es igualmente veraz y honesto, éticamente lector puro: "No tengo ninguna nota en mi cuaderno", escribe el 11 de febrero de 1901, en Moscú, sobre Ciencia y Religión de Chicherin. 

A veces, el autor de Guerra y Paz discurre por reflexiones más o menos aventuradas sobre conceptos categóricos o de larga tradición en la historia del pensamiento. Por ejemplo, escribe disquisiciones sobre el Tiempo y lo emparenta con la expansión de los límites desde la infancia a la vejez: 
"La medida de su rapidez está en la conciencia de esa expansión". 
Ya que, unos párrafos antes, había afirmado: "El Tiempo está basado en el movimiento de la vida, en ese proceso de expansión de los límites que innecesariamente se produce en el hombre". 

Hoy escribo en la cocina, mientras tomó café con unas tostadas cargadas de aceite que proviene del molino de un amigo. Me fascina el aceite puro, sin más, jugo al natural. Para poder escribir mientras leo, para poder desarrollar esta acción primera en el día, tengo que colocar un limón y un manzana para que el volumen de Tolstói no se cierre. A poco que miro, caigo en la cuenta de que estoy frente a un bodegón del tiempo: granadas, manzanas, limones, peras, plátanos, aguacates que muestran el paso de la expansión del tiempo en sus pieles, en su apariencia de madurez y en el tacto melifluo a las manos. 

El año de 1901 es demasiado duro para Leon, la salud lo debilita a cada momento, le impide escribir de continuo en su diario y apenas deja un puñado de reflexiones en sus páginas. La última entrada es del 26 de diciembre de 1901 y la escribe en Gaspra. De ese lugar la edición ofrece una foto con Chéjov y otra familiar con la mujer y sus hijos. Me fijo en las dos, con detenimiento y pausa, y vuelvo mi mirada al horizonte. Transcribo la última idea de 1901: 
"Veo claramente la tarea más inmediata de la vida. Consiste en sustituir una vida basada en la lucha y en la violencia por una vida basada en el amor y el acuerdo razonable". 

Así las cosas, en un juego de reminiscencias al amor cortés, de índole platónico, escribía Quevedo los siguientes tercetos en un soneto: 

[...]
"Amo y no espero, porque adoro amando;
ni mancha al amor puro mi deseo
que cortés vive y muere idolatrando.

Lo que conozco y no lo que poseo
sigo, sin presumir méritos, cuando
prefiero a lo que miro lo que creo".

Encerradas en el último verso quedan las ideas de Quevedo, de larga tradición, revoloteando sobre las páginas del Diario de Tolstói, la creencia, la fidelidad, la ambición sin posesiones.  

Y, en esto de la expansión de los límites de la vida, del discurrir del tiempo como decía Tolstói, siempre recuerdo este pasaje de Meditaciones, de Marco Aurelio en el Libro II, 17. 

"El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras; todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma: la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido.